Page 163 - El Misterio de Salem's Lot
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Eva subió, arrastrando las zapatillas por la alfombra desteñida. Ben entró en su
habitación, se puso la camisa y se calzó un par de mocasines. Cuando volvió a salir,
Eva estaba de pie junto a su puerta, con el crucifijo en la mano. Bajo la luz, despedía
un tenue resplandor de plata.
—Gracias —le dijo él.
—¿Se lo pidió el señor Burke?
—Sí, así es.
Más despierta ya, Eva fruncía el entrecejo.
—Pero él no es católico. No creo que vaya a la iglesia.
—No me explicó nada.
—Claro. —Con un gesto de comprensión, la mujer le entregó el crucifijo—.
Cuídelo, por favor, que tiene mucho valor para mí.
—Lo comprendo. No se preocupe.
—Espero que el señor Burke se encuentre bien. Es todo un caballero.
Ben bajó y salió al porche. Como no podía sostener el crucifijo y buscar las llaves
del Citroen al mismo tiempo, en vez de pasárselo de la mano derecha a la izquierda,
se lo colgó al cuello. La cruz de plata se deslizó suavemente sobre su camisa y, al
subir al coche, Ben apenas si se dio cuenta de que se sentía consolado.
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Todas las ventanas de la planta baja de la casa de Matt estaban iluminadas.
Cuando los faros del coche barrieron la fachada al tomar el camino de entrada, Matt
abrió la puerta y salió a esperarlo.
Ben se acercó y el rostro de Matt le impresionó. Estaba mortalmente pálido y le
temblaba la boca. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos, como si no pudiera
parpadear.
—Vamos a la cocina —dijo.
Mientras Ben entraba, la luz del vestíbulo hizo refulgir la cruz que descansaba
sobre su pecho.
—Has conseguido un crucifijo.
—Es de Eva Miller. ¿Qué sucede?
—A la cocina —repitió Matt.
Cuando pasaron frente a la escalera que conducía al piso superior, Ben miró hacia
arriba y tuvo la impresión de que al mismo tiempo retrocedía.
La mesa de la cocina, donde habían comido horas antes, estaba vacía, salvo por
tres objetos, dos de ellos sorprendentes: una taza de café, una antigua Biblia con
cierre metálico y un revólver calibre 38.
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