Page 180 - El Misterio de Salem's Lot
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—Entonces, ¿por qué no está en prisión?
—Estos personajes famosos siempre conocen gente —repuso su madre con
tranquila certidumbre—. Si uno tiene dinero suficiente, puede salir de cualquier cosa.
Y si no, mira de qué situaciones se han salvado los Kennedy.
—¿Fue procesado?
—Te he dicho que le hicieron un...
—Sí, lo has dicho, mamá. ¿Pero estaba ebrio?
—¡Te he dicho que estaba ebrio! —En sus mejillas habían empezado a aparecer
manchas de color—. Si estás sobrio no te hacen la prueba de alcoholemia. ¡ Y su
mujer murió! ¡Es lo mismo que el asunto de Chappaquiddick! ¡Exactamente!
—Me iré a vivir al pueblo —anunció lentamente Susan—. Ya había pensado
decírtelo. Es algo que tendría que haber hecho hace mucho tiempo, Ma. Por ti y por
mí. He estado hablando con Babs Griffen, y dice que en Sister's Lane hay un sitio
adecuado, con cuatro habitaciones...
—¡ Ay, estás ofendida! Te he estropeado tu bonita imagen del importantísimo
señor Ben Mears y estás tan furiosa que escupirías —comentó su madre con un tono
que años atrás era infalible.
—Madre, ¿qué te pasa? —preguntó Susan—. No es propio de ti... llegar tan bajo.
Ann Norton levantó bruscamente la cabeza. La labor se le resbaló del regazo
cuando se levantó para apoyar ambas manos en los hombros de Susan y sacudirla.
—¡Escúchame! No voy a tolerar que andes por ahí como una cualquiera con el
primer afeminado que te llena la cabeza de fantasías. ¿Me oyes?
Susan le propinó una bofetada.
Los ojos de Ann Norton parpadearon y se abrieron de sorpresa y aturdimiento.
Durante un momento las dos se miraron, en silencio, espantadas. En la garganta de
Susan se formó un nudo.
—Me voy arriba —dijo—. El martes, como muy tarde, me marcharé.
—Hoy ha venido Floyd —dijo la señora Norton con el rostro aún rígido.
Los dedos de su hija le habían dejado unas marcas rojas, como signos de
admiración.
—Estoy harta de Floyd —repuso Susan, impasible—. Es mejor que te hagas a la
idea. Y puedes decírselo por teléfono a tu amiga Mabel, ¿por qué no? Tal vez así te
parezca más real.
—Floyd te ama, Susan. Esto le está... haciendo daño. Se derrumbó y me lo contó
todo. Me abrió su corazón. —Los ojos le brillaban al recordarlo—. Finalmente, se
confió y lloró como un niño.
Susan pensó que eso no era propio de Floyd, y se preguntó si su madre estaría
inventándolo. La miró fijamente; sus ojos le dijeron que no.
—¿Eso es lo que quieres para mí, madre? ¿Un niño llorón? ¿O simplemente te
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