Page 183 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Qué sucedió? —preguntó Susan.
               —Bueno, Floyd le golpeó—dijo Eva—. Ahí mismo, en mi aparcamiento. Sheldon
           Corson y

               Ed Craig salieron y los apartaron.
               —¿Y Ben? ¿Está bien?
               —Creo que no.

               —¿Qué tiene? —Susan aferraba el auricular.
               —Con el último golpe que le dio, Floyd arrojó al señor Mears contra un coche, y
           se golpeó en la cabeza. Cari Foreman lo llevó al hospital, y estaba inconsciente. Es lo

           único que sé. Si tú...
               Susan colgó, corrió al armario y sacó su abrigo de la percha.
               —Susan, ¿qué pasa?

               —Ese encanto de Floyd Tibbits —respondió Susan, sin darse cuenta de que había
           empezado a llorar— ha mandado a Ben al hospital.

               Sin esperar respuesta, salió corriendo.



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               Llegó al hospital a las seis y media y se sentó en una incómoda silla de plástico a

           hojear, sin verlo, un ejemplar de Good House-keeping. Había pensado en ir a llamar a
           Matt Burke, pero la idea de que el médico viniera y no la encontrara la detuvo.
               Los minutos se arrastraban en el reloj de la sala de espera, hasta que a las siete

           menos diez apareció un médico con un montón de papeles en la mano.
               —¿La señorita Norton? —preguntó.
               —Sí. ¿Cómo está Ben?

               —No  puedo  responder  a  eso  por  el  momento.  Parece  bien  —agregó  al  ver  el
           espanto  que  se  reflejó  en  su  rostro—,  pero  estará  en  observación  dos  o  tres  días.
           Tiene  una  fractura  en  el  nacimiento  del  pelo,  contusiones  múltiples  y  un  ojo

           completamente negro.
               —¿Puedo verle?
               —No, esta noche no. Está bajo el efecto de sedantes.

               —¿Y un minuto, por favor? Sólo un minuto.
               Él suspiró.
               —De acuerdo. Es probable que esté dormido. Si él no le habla, no le diga nada.

               La  llevó  hasta  el  tercer  piso  y  después  la  condujo  a  una  habitación  situada  al
           fondo de un pasillo que olía a desinfectante. El hombre que estaba en la otra cama,
           leyendo una revista, los miró inexpresivamente.

               Ben estaba acostado con los ojos cerrados; una sábana le cubría hasta el mentón.




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