Page 184 - El Misterio de Salem's Lot
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Estaba tan pálido e inmóvil que durante un terrible momento Susan tuvo la seguridad
           de que estaba muerto, de que se les había ido mientras ella y el médico hablaban
           abajo. Después advirtió el movimiento lento y regular del pecho, y sintió un intenso

           alivio.  Le  miró  el  rostro,  pero  no  veía  las  marcas  y  moraduras.  Afeminado,  había
           dicho  su  madre,  y  Susan  veía  de  dónde  había  sacado  la  idea.  Los  rasgos  eran
           acentuados pero delicados (ojalá hubiera una palabra mejor que «delicado», que era

           la que uno usaría para describir a la bibliotecario, que en sus ratos de ocio escribía
           pomposos  sonetos  a  los  narcisos;  pero  Susan  no  encontraba  otra).  Lo  único  que
           parecía viril en el sentido tradicional era el pelo, negro y espeso, que parecía casi

           flotar sobre la cara. El vendaje blanco en el lado izquierdo, sobre la sien, se destacaba
           en un elocuente contraste.
               Te amo, pensó Susan. Cúrate, Ben. Cúrate y termina tu libro para que podamos

           irnos de Salem's Lot, si es que me quieres. Solar se ha puesto en contra de nosotros.
               —Creo que es mejor que ahora se vaya —indicó el médico—. Tal vez mañana...

               Ben se movió y emitió un leve gruñido. Los párpados se abrieron lentamente, se
           cerraron, volvieron a abrirse. Tenía los ojos enturbiados por el sedante, pero en ellos
           se leyó que había advertido la presencia de Susan. Movió una mano hacia la de ella.
           Los ojos de Susan se llenaron de lágrimas; sonrió y le apretó la mano.

               Ben movió los labios y ella se inclinó para oírlo.
               —Son... tipos duros los de... este pueblo, ¿eh?

               —Ben, ¡lo siento tanto!
               —Creo que... le rompí un par de dientes antes de que... me aturdiera —susurró
           Ben—. No está mal para un escritor...
               —Ben...

               —Ya es suficiente, señor Mears —intervino el médico—. Demos tiempo a que el
           calmante haga su efecto.

               Ben lo miró.
               —Un minuto más... por favor.
               El médico levantó los ojos al cielo.
               —Lo mismo dijo ella.

               Los párpados de Ben volvieron a bajarse, luego se abrieron con dificultad. Sus
           labios dijeron algo ininteligible.

               Susan se le acercó más.
               —¿Qué, mi vida?
               —¿Es ya... de noche?

               —Sí.
               —¿Quieres ir a ver...?
               —¿A Matt?

               Un gesto de asentimiento.




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