Page 181 - El Misterio de Salem's Lot
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fascina la idea de tener nietos rubios? Imagino que es una preocupación para ti... que
           no puedes sentir que tu misión ha terminado mientras no me veas casada y sometida a
           un hombre bueno a quien tú puedas ponerle el pie encima. Con un tipo que me deje

           embarazada y me convierta en señora de su casa sin pérdida de tiempo. Ésa es tu
           ilusión, ¿no? Bueno, ¿nunca has pensado en lo que pueda querer yo?
               —Susan, tú ni siquiera sabes qué quieres.

               Y lo decía con tan absoluta certidumbre que durante un momento Susan estuvo
           tentada de creerla. Tuvo una visión de ella y de su madre, para siempre en la misma
           situación, la madre junto a la mecedora, ella junto a la puerta; sólo que estaban unidas

           por una madeja de lana verde, de un hilado deshilachado y débil a fuerza de tantos
           tirones. La imagen se transformó en la de su madre con gorro de pescador, con la
           cinta decorada con moscas, mientras trataba desesperadamente de recoger una gran

           trucha que llevaba una camisa amarilla estampada. Trataba de recogerla, por última
           vez, para echarla en la cesta de mimbre. Pero ¿con qué fin?

               ¿Para comérsela?
               —Sí, lo sé, mamá. Sé exactamente lo que quiero. Quiero a Ben Mears.
               Giró sobre sus talones y subió por las escaleras.
               Su madre corrió tras ella, y la llamó con voz chillona:

               —¡No puedes alquilar nada si no tienes dinero!
               —Tengo cien dólares en efectivo y trescientos en el banco —respondió Susan—.

           Y creo que puedo conseguir trabajo en el bar de Spencer. El señor Labree me lo ha
           ofrecido varias veces.
               —Lo único que le interesa es mirarte por debajo de las faldas —advirtió la señora
           Norton.  Su  voz  había  descendido  una  octava.  Buena  parte  de  su  enojo  se  había

           esfumado, y ahora se sentía asustada.
               —Pues déjalo. Me pondré los calzones de la abuela.

               —Tesoro, no hagas locuras —subió un par de escalones—. Lo único que quiero
           es lo mejor para...
               —Terminemos,  mamá.  Lamento  haberte  abofeteado.  He  hecho  muy  mal.  Te
           quiero, pero me voy. Ya es hora, tienes que comprenderlo.

               —Piénsalo  mejor  —insistió  la  señora  Norton,  ahora  tan  arrepentida  como
           asustada—. Todavía no creo haber hablado de más. Yo sé lo que son los oportunistas

           como Ben Mears.
               Lo único que le interesa es...
               —Basta ya:

               Susan siguió subiendo. Su madre subió un escalón más y dijo:
               —Cuando Floyd se fue de aquí estaba en un estado...
               La puerta de la habitación de Susan, al cerrarse, la dejó con la palabra en la boca.

               La muchacha se arrojó sobre su cama, que no hacía mucho tiempo había estado




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