Page 209 - El Misterio de Salem's Lot
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—¡Eh, Floyd! Despierta que te traigo la comida.
               Floyd no se despertó y Nolly sacó el llavero del bolsillo para abrir la puerta de la
           celda. Antes de meter la llave en la cerradura, se detuvo. La historieta de Gunsmoke

           de la semana pasada era sobre un tipo que se fingía enfermo para abalanzarse sobre el
           carcelero.
               Se quedó indeciso, con la cuchara en una mano y el llavero en la otra; era un

           hombre robusto que al mediodía, cuando hacía calor, tenía siempre manchas de sudor
           en las axilas de sus camisas. Era un buen jugador de bolos y, durante los fines de
           semana, asiduo cliente de los bares; en su billetero, tras el calendario de fiestas de la

           Iglesia luterana, llevaba una lista de los bares y moteles de más dudosa reputación de
           Portland.  De  carácter  amistoso,  cabeza  de  turco  por  naturaleza,  era  hombre  de
           reacciones  lentas  y  lento  también  para  la  cólera.  A  cambio  de  estas  riada

           despreciables  cualidades,  no  destacaba  por  su  agilidad  mental,  y  durante  varios
           minutos se quedó pensando cómo debería proceder, mientras golpeaba los barrotes

           con la cuchara, llamando a Floyd y deseando que éste se muriera, roncara o hiciera
           cualquier cosa. En el momento en que decidió que lo mejor sería llamar a Parkins por
           radio  para  pedirle  instrucciones,  el  propio  Parkins  le  preguntó  desde  la  puerta  del
           despacho:

               —¿Qué demonios estás haciendo, Nolly? ¿Llamando a los cerdos?
               Nolly se ruborizó.

               —Floyd no se mueve, Park. Me temo que está... enfermo, ¿sabes?
               —Bueno, ¿y te parece que golpeando los barrotes con esa maldita cuchara se va a
           curar?
               —Parkins se acercó y abrió la celda.

               —¿Floyd? —le sacudió por el hombro—. ¿Te sientes b.«?
               Floyd rodó de la litera adosada a la pared y cayó al suelo.

               —Maldición, está muerto...—masculló Nolly.
               Parkins  no  dio  señales  de  oírlo.  Miraba  con  fijeza  el  rostro  pavorosamente
           tranquilo de Floyd. Nolly vio que Parkins tenía el aspecto de un hombre mortalmente
           asustado.

               —¿Qué pasa, Park?
               —Nada —respondió Parkins—. Es que... salgamos de aquí. —Y, casi como para

           sí mismo, agregó—: Cristo, ojalá no le hubiera tocado.
               Nolly miraba con creciente horror el cuerpo de Floyd.
               —No te quedes ahí pasmado —le dijo Parkins—, tenemos que traer al médico.




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