Page 214 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Qué pasa, Corey
Deliberadamente apoyó una mano en el marco de la puerta, para mostrar sus
pechos desnudos. Al mismo tiempo cruzó los pies para llamar la atención sobre las
piernas.
—Dios, Bonnie, ¿y si hubiera sido...?
—¿El empleado de la telefónica? —preguntó ella con una risita. Le tomó una
mano y se la apoyó en el pecho—. ¿Quiere leer el contador?
Con un gruñido en el que había una nota de desesperación (la del hombre que se
ahoga y al hundirse por tercera vez encuentra una sirena en vez de una tabla), él la
abrazó. Sus manos se cerraron sobre las nalgas, y el delantal almidonado crujió
ásperamente.
—Ay, por favor. —Bonnie se retorció contra él—. ¿Es que va a probar si funciona
el receptor, señor de la telefónica? Durante todo el día he estado esperando una
llamada importante...
Corey la levantó y cerró la puerta de un puntapié. Bonnie no tuvo que decirle
dónde estaba el dormitorio: él ya lo sabía.
—¿Estás segura de que no vendrá? —preguntó.
Los ojos de Bonnie brillaban en la oscuridad.
—No sé a quién se refiere, señor de la telefónica. Si es a mi marido... está en
Burlington, Vermont.
Él la tendió sobre la cama, con las piernas colgando hacia un lado.
—Enciende la luz —pidió Bonnie, con voz súbitamente lenta y ronca—, que
quiero ver lo que haces.
Corey encendió el foco que había al lado de la cama y la miró. El delantal estaba
corrido hacia un costado. Los ojos de Bonnie, entrecerrados y ardientes, tenían las
pupilas brillantes y dilatadas.
—Quítate eso —indicó él con un gesto.
—Quítemelo usted, que puede deshacer los nudos, señor de la telefónica.
Corey se inclinó obedientemente. Bonnie siempre le hacía sentir como un
chiquillo inexperto que prueba por primera vez el plato, y a él siempre le temblaban
las manos cuando estaba cerca de ella, como si su cuerpo transmitiera una corriente
eléctrica. Ya no había momento en que no la tuviera presente. Bonnie se le había
metido en la cabeza como una de esas pequeñas llagas dentro de la boca que uno no
deja de tocarse con la lengua hasta se le aparecía juguetonamente en sueños, con su
piel dorada y excitante. Su imaginación no conocía límites.
—No; de rodillas —le dijo—. Ponte de rodillas.
Él se hincó torpemente y se arrastró hacia Bonnie, tendiendo la mano hacia las
cintas del delantal, mientras ella le apoyaba los pies en los hombros. Corey se inclinó
a besarle el interior del muslo, sintiendo la carne firme y cálida.
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