Page 213 - El Misterio de Salem's Lot
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vitalidad. De pronto sintió la necesidad de huir de allí.
               —No se ve ninguna rata —comentó Virgil.
               Y no se veía ninguna; gaviotas, únicamente. Franklin trató de recordar alguna vez

           que hubiera llevado su cargamento al vertedero y no hubiera visto ratas. Nunca.
               —Debe de haber puesto cebos envenenados, ¿eh, Frank?
               —Ven, vamos —fue la única respuesta—. Larguémonos de aquí cuanto antes.

               Después de la cena, autorizaron a Ben para que subiera a ver a Matt Burke. La
           visita fue breve; Matt estaba durmiendo. Sin embargo, le habían retirado ya la tienda
           de oxigenó; y la jefa de enfermeras le dijo que seguramente a la mañana siguiente

           Matt estaría despierto y podría recibir alguna visita breve.
               Ben observó que el rostro de su amigo estaba tenso y avejentado; por primera vez
           era el rostro de un viejo. Ahí tendido, inmóvil, parecía vulnerable e indefenso. Si todo

           esto es verdad, pensó Ben, esta gente no te está haciendo favor alguno, Matt. Si esto
           es verdad, entonces estamos en la ciudadela de la incredulidad, donde las pesadillas

           se disipan con desinfectantes, escalpelos y quimioterapia, no con estacas de fresno y
           Biblias y tomillo silvestre. Aquí son felices con los pulmones de acero, las agujas
           hipodérmicas  y  los  irrigadores  llenos  de  soluciones  de  bario.  Si  la  columna  de  la
           verdad tiene una gotera, ni se enteran ni les importa.

               Fue  hacia  la  cabecera  de  la  cama  y  suavemente  tomó  la  cabeza  de  Matt  para
           volverla. En la piel del cuello no había marcas.

               Tras un momento de vacilación, se dirigió al armario y lo abrió. Allí estaba la
           ropa de Matt, y del picaporte interior de la puerta pendía el crucifijo que llevaba Matt
           cuando Susan fue a visitarle.
               Ben volvió a acercarse a la cama y se lo colocó de nuevo alrededor del cuello.

               —Oiga, ¿qué está haciendo? —preguntó una enfermera que acababa de entrar con
           una jarra de agua y una toalla.

               —Estoy poniéndole su cruz en el cuello —respondió Ben.
               —¿Es católico?
               —Ahora sí —dijo con un suspiro.




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               Era ya de noche cuando se oyó un golpecito en la puerta de la cocina de la casa de
           los Sawyer en Deep Cut Road. Bonnie Sawyer fue a abrir. Llevaba un corto delantal

           atado a la cintura, tacones altos, y nada más.
               Cuando la puerta se abrió, los ojos de Corey Briant se agrandaron y su boca se
           abrió.

               —Oh... —articuló—. ¿Bonnie?




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