Page 216 - El Misterio de Salem's Lot
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y después sus ojos se detuvieron en Bonnie, que le miraba aterrada—. Tú quédate
           aquí, preciosa. Vamos, Bryant. —Le hizo un gesto con la escopeta.
               Tambaleante, Corey pasó a la sala seguido por Reggie. Sentía las piernas como de

           goma.  De  repente,  la  espalda  empezó  a  picarle  desesperadamente.  Ahí  me  va  a
           apuntar, pensó, exactamente entre los omóplatos. Se preguntó si viviría lo suficiente
           para ver sus entrañas estrellándose contra la pared...

               —Date la vuelta —dijo Reggie.
               Corey,  que  empezaba  a  gimotear,  giró  sobre  los  talones.  Aunque  no  quería
           lloriquear, no podía evitarlo.

               La escopeta ya no pendía indolentemente del antebrazo de Reggie; el doble cañón
           apuntaba  a  la  cara  de  Bryant.  Le  pareció  que  los  orificios  gemelos  se  agrandaban
           hasta convertirse en pozos insondables.

               —¿Sabes  lo  que  has  estado  haciendo?  —preguntó  Reggie.  La  sonrisa  había
           desaparecido y la expresión de su rostro era muy seria.

               Corey no contestó. Era una pregunta estúpida. Pero siguió lloriqueando*
               —Te has acostado con la mujer del prójimo, Corey. ¿Así te llamas?
               Corey asintió en silencio, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.
               —¿Sabes qué les pasa a los que hacen eso cuando los atrapan?

               Corey volvió a asentir.
               —Coge el cañón de esta escopeta, Corey. Es muy fácil. Para disparar el gatillo se

           necesita una fuerza determinada, digamos que yo ya estoy aplicando la mitad de esa
           fuerza. Haz como si estuvieras acariciando a mi mujer.
               La mano temblorosa de Corey se dirigió hacia el cañón de la escopeta. Sintió el
           frío del metal contra la palma sudorosa. De su garganta brotó un largo gemido de

           agonía. No había nada que hacer. Las súplicas eran inútiles.
               —Póntela en la boca, Corey. Los dos cañones. Sí, eso es... Así está bien. Sí que

           tienes la boca bastante grande, Métetela hasta la garganta.
               Las  mandíbulas  de  Corey  estaban  abiertas  hasta  el  límite.  Los  cañones  de  la
           escopeta se le apoyaban casi en el paladar, y las arcadas le sacudían el estómago.
           Sentía el acero aceitoso contra los dientes.

               —Cierra los ojos, Corey.
               Corey se quedó mirándolo, los ojos llenos de lágrimas y tan grandes como platos.

               Reggie volvió a sonreír cordialmente.
               —Cierra tus ojitos azules de bebé.
               Corey lo hizo.

               Apenas si tuvo conciencia dé que los esfínteres se le aflojaban.
               Reggie apretó los dos gatillos, y k>s percutores cayeron con un doble clic sobre
           las cámaras vacías.

               Corey se desplomó en el suelo, desmayado.




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