Page 221 - El Misterio de Salem's Lot
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puedas conseguir uno a esta hora?
               —Bueno, está Mane Boddin. Podría ir hasta...
               —No.  No  salgas  a  la  calle.  Quédate  en  casa.  Haz  uno  tú  misma,  aunque  sea

           encolando dos trozos de madera. Y déjalo junto a tu cama,
               —Ben, todavía no puedo creerlo. Tal vez es un maníaco, alguien que cree ser un
           vampiro, pero...

               —Tú cree lo que quieras, pero haz esa cruz.
               —Pero...
               —¿La harás aunque no sea más que para darme gusto?

               La respuesta llegó de mala gana:
               —Sí, Ben.
               —¿Puedes venir al hospital mañana a las nueve?

               —Sí.
               —Muy  bien.  Subiremos  los  dos  a  informar  a  Matt.  Después  tú  y  yo  iremos  a

           hablar con el doctor Cody.
               —Pensará que estás loco, Ben. ¿Es que no lo sabes?
               —Imagino que así es. Pero todo parece más real cuando se hace de noche, ¿o no?
               —Sí —admitió en voz baja Susan—. Por Dios, sí.

               Sin  razón  alguna,  Ben  pensó  en  la  muerte  de  Miranda:  la  motocicleta  que
           derrapaba sobre el asfalto mojado, perdido el control, el grito de ella, el sordo pánico

           de  él,  el  flanco  del  camión  que  crecía  y  crecía  mientras  se  aproximaban  hacia  él
           oblicuamente.
               —¿Susan?
               —Sí.

               —Cuídate, por favor.
               Después, Ben se quedó mirando la televisión, casi sin ver la comedia de Doris

           Day y RockHudson. Se sentía desnudo, desprotegido. Él mismo no tenía cruz. Sus
           ojos  vagaron  inciertamente  hacia  las  ventanas,  que  no  le  mostraron  más  que  la
           oscuridad.  El  viejo  terror  infantil  de  las  tinieblas  empezó  a  crecer,  y  al  mirar  la
           película,  donde  Doris  Day  le  daba  un  baño  de  espuma  a  un  perro  peludo,  sintió

           miedo.



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               En Portland, el depósito de cadáveres del condado es un salón frío y aséptico,
           revestido de azulejos verdes. Los suelos y las paredes son de un verde uniforme, y el
           techo un poco más claro. En las paredes se abren puertas cuadradas que parecen las

           taquillas  de  una  terminal  de  autobuses.  Los  largos  tubos  fluorescentes,  paralelos,




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