Page 222 - El Misterio de Salem's Lot
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arrojan una luz neutra y fría sobre el conjunto. No es un decorado muy agradable,
           pero jamás se ha sabido de ningún cliente que se quejara.
               A las diez menos cuarto de ese sábado por la noche, dos ayudantes entraron la

           camilla donde venía, cubierto por una sábana, el cuerpo de un joven homosexual a
           quien habían disparado en un bar. Era el primer cadáver que recibían esa noche; las
           víctimas de la carretera solían llegar entre la una y las tres de la madrugada.

               Buddy Bascomb estaba contando un chiste verde sobre desodorantes vaginales,
           cuando se interrumpió en mitad de una frase y se quedó mirando la línea de puertas
           de la M a la Z. Dos de ellas estaban abiertas.

               Buddy  y  Bob  Greenberg  dejaron  al  recién  llegado  y  se  dirigieron  hacia  allí.
           Buddy  miró  la  etiqueta  colocada  en  la  puerta  a  que  llegó  primero,  mientras  Bob
           seguía hacia la otra.

               TIBBIST,  FLOYD  MARTIN  Sexo:  M  Ingreso:  4.10.75  Autopsia  fijada  para:
           5.10.75 Firmado: J. M. Cody, médico Bob tiró de la puerta y la plataforma se deslizó

           silenciosamente hacia fuera sobre sus ruedecillas.
               Vacía.
               —¡Eh!  —vociferó  Greenberg—.  ¡Este  maldito  agujero  está  vacío!  ¿Quién
           diablos...?

               —Yo estuve todo el tiempo en el escritorio —dijo Buddy—, y nadie pasó por allí.
           Puedo jurarlo. Debió ocurrir durante la guardia de Carty. ¿Qué nombre hay en ese

           otro?
               —McDougall, Randall Fratus. ¿Qué quiere decir la abreviatura N.?
               —Niño  —explicó  sombríamente  Buddy—.  Por  Cristo,  creo  que  hay  algún
           problema.




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               Algo le había despertado.

               Se quedó inmóvil en la oscuridad palpitante, mirando el techo.
               Un ruido. Se oía un ruido. Pero la casa estaba en silencio.
               Otra vez. Como si rascaran.

               Mark Petrie se dio la vuelta en la cama y miró por la ventana, y ahí estaba Danny
           Glick con los ojos fijos en él a través del cristal, con la cara de una palidez sepulcral,
           los ojos desencajados y enrojecidos. Tenía los labios y el mentón embadurnados con

           alguna sustancia oscura, y cuando vio que Mark le miraba le sonrió, mostrando unos
           dientes horriblemente largos y agudos.
               —Déjame entrar —susurró.

               Mark  no  estaba  seguro  de  si  las  palabras  habían  atravesado  el  aire  oscuro  o




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