Page 224 - El Misterio de Salem's Lot
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—La ventana, Mark, \él lo manda!
               —... tres tristes tigres comen trigo.
               Se sentía debilitar. Esa voz susurrante estaba atravesando sus defensas, y la orden

           era imperativa. Los ojos de Mark se fijaron en su escritorio, atestado de monstruos de
           juguete que ahora parecían tan ingenuos y estúpidos... Y al reparar de pronto en una
           de las figuras, se hicieron más grandes.

               El vampiro de plástico se paseaba por un camposanto de plástico, y uno de los
           monumentos tenía forma de cruz.
               Sin detenerse a pensarlo ni considerarlo (cosas ambas que se le habrían ocurrido a

           un adulto, a su padre, por ejemplo, y que para él habrían sido la rutina), Mark arrancó
           la cruz, la empuñó con firmeza y dijo:
               —Pues entra, entonces.

               El rostro esbozó una astuta expresión de triunfo. La ventana se abrió y Danny
           entró en la habitación y dio dos pasos. La exhalación de la boca abierta era fétida; el

           hedor de un osario. Las manos blancas, frías como peces, se apoyaron en los hombros
           de  Mark.  Su  cabeza  se  inclinó  como  la  de  un  perro  mientras  el  labio  superior  se
           elevaba sobre los colmillos resplandecientes.
               Con  un  gesto  decidido,  Mark  levantó  la  cruz  de  plástico  y  la  apoyó  contra  la

           mejilla de Danny Glick.
               El  alarido  fue  horrible,  sobrenatural...  y  silencioso.  Sólo  despertó  ecos  en  los

           corredores de su cerebro y en las cámaras de su alma. En aquello que era el rostro de
           Glick, la sonrisa de triunfo se transformó en una desesperada mueca de agonía. De la
           carne pálida empezó a brotar humo y durante un momento, antes de que la criatura se
           retorciera, a medias arrojándose, a medias cayendo por la ventana, Mark sintió que la

           carne cedía como si fuera humo.
               De pronto todo terminó, como si jamás hubiera sucedido.

               Pero por un momento la cruz resplandeció con una luz incandescente, como si la
           iluminara un fuego interior.
               Mark oyó el clic inconfundible de la lámpara al encenderse en el dormitorio de
           sus padres, y la voz de su padre:

               —¿Qué demonios ha sido eso?



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               Dos minutos después se abrió la puerta de su dormitorio, pero él ya había tenido
           tiempo de ponerlo todo en orden.
               —Hijo, ¿estás despierto? —preguntó Henry Petrie.

               —Creo que sí —respondió Mark con voz soñolienta.




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