Page 228 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Alguna novedad desde que llamaste anoche?
—Ninguna, que yo sepa. Pero yo he salido de casa a eso de las siete, y los
domingos el pueblo se despierta un poco más tarde.
Ben dirigió la mirada a Matt.
—¿Te sientes bien para hablar de esto?
—Sí, creo que sí —respondió Matt, y cambió de posición. Con el movimiento, la
cruz de oro que Ben le había colgado al cuello relumbró—. Por cierto, gracias por
esto. Es un gran consuelo, aunque la compraras el viernes por la tarde en la sección
saldos de Woodworth.
—¿Cómo estás ahora?
—«Estabilizado» es el repugnante término que usó el joven doctor Cody cuando
me examinó ayer a última hora de la tarde. De acuerdo con el ECG que me hizo, fue
estrictamente un infarto de segunda división... sin formación de coágulos —carraspeó
—. En interés de él, es de esperar que así sea. —Se interrumpió y miró a Ben—. Dijo
que había visto casos así producidos por una fuerte conmoción. Yo, como si tuviera
cremallera en la boca. ¿Hice bien?
—En ese momento sí. Pero las cosas han cambiado. Hoy, Susan y yo vamos a ver
a Cody y le pondremos al tanto de todo. Si no firma inmediatamente los papeles para
encerrarme en el manicomio, le diremos que hable contigo.
—Pues le haré el favor de escucharle —dijo maliciosamente Matt—. El muy
presumido no me deja fumar mi pipa.
—¿Te contó Susan lo que ha sucedido en Salem's Lot desde el viernes por la
noche?
—No. Dijo que prefería esperar a que estuviéramos todos juntos.
—Antes de que hable ella, ¿quieres contarme qué fue lo que pasó exactamente en
tu casa?
El rostro de Matt se ensombreció y por un momento la máscara de la
convalecencia se esfumó. Ben tuvo un atisbo del viejo a quien había visto dormido el
día anterior.
—SÍ no te sientes lo bastante...
—Oh, sí, estoy bien. Tengo que estar bien, si la mitad de lo que sospecho es
verdad — sonrió amargamente—. Siempre me he considerado un poco librepensador,
y difícil de asustar. Pero es asombrosa la forma en que la mente trata de excluir algo
que no le gusta o que considera amenazante. Como las pizarras mágicas con que
jugábamos cuando éramos niños. Si a uno no le gustaba lo que había dibujado, no
tenía más que correr la línea y desaparecía.
—Pero la línea quedaba marcada para siempre en el fondo —señaló Susan.
—Sí —le sonrió Matt—. Una hermosa metáfora de la interacción entre lo
consciente y lo inconsciente. Lástima que Freud eligió la de la cebolla. Pero estamos
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