Page 231 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Barlow?
               Ben se encogió de hombros.
               —¿Por  qué  no?  La  historia  del  viaje  de  negocios  a  Nueva  York  es  demasiado

           buena para ser cierta.
               Aunque la expresión de sus ojos seguía siendo obstinada, Susan no dijo nada.
               —¿Y qué .haréis si Cody se ríe de vosotros? —preguntó Matt—. Eso, suponiendo

           que no os haga encerrar.
               —Entonces  iremos  al  cementerio  al  caer  el  sol  —declaró  Ben—.  A  vigilar  el
           sepulcro de Danny Glick. Cuestión de pruebas, digamos.

               Matt se enderezó un poco sobre las almohadas.
               —Prometedme que tendréis cuidado. ¡Prometédmelo, Ben!
               —Claro que sí. Iremos rebosantes de cruces.

               —No hagas bromas —balbuceó Matt—. Si tú hubieras visto lo que yo...—Volvió
           la cabeza para mirar por la ventana, que mostraba las hojas de un aliso iluminadas por

           el sol y, más allá, el luminoso cielo otoñal.
               —Si ella bromea, yo no —afirmó Ben—. Tomaremos todas las precauciones.
               —Id a ver al padre Callahan —recomendó Matt—. Pedidle que os dé un poco de
           agua bendita, y si es posible también una hostia.

               —¿Qué clase de hombre es? —quiso saber Ben.
               Matt se encogió de hombros.

               —Un  poco  raro.  Borracho,  tal  vez.  En  todo  caso,  si  lo  es,  es  un  borracho
           cultivado y cortés. Tal vez un poco resentido bajo el yugo de un Papado ilustrado.
               —¿Está  usted  seguro  de  que  el  padre  Callahan  es...  de  que  bebe?  —preguntó
           Susan.

               —Seguro  no  —respondió  Matt—.  Pero  un  ex  alumno  mío,  Brad  Campion,
           trabajaba  en  la  tienda  de  licores  de  Yarmouth  y  dice  que  Callahan  es  uno  de  los

           clientes habituales. De Jim Beam. Buen gusto.
               —¿Sería posible hablar con él? —preguntó Ben.
               —No lo sé, pero deberíais intentarlo.
               —Entonces, ¿tú no lo conoces?

               —No. Está escribiendo una historia de la Iglesia católica en Nueva Inglaterra, y
           sabe mucho de los poetas de nuestra supuesta edad de oro... Whittier, Longfellow,

           Russell, Holmes, todos ésos. A fines del año pasado lo invité a hablar en mi clase de
           estudiantes  de  literatura  norteamericana.  Tiene  una  mente  rápida  y  punzante,  que
           agradó a los muchachos.

               —Lo veré, y me dejaré guiar por mi olfato —prometió Ben.
               Una enfermera se asomó, hizo un gesto de asentimiento y un momento después
           entraba Jimmy Cody, con un estetoscopio colgado del cuello.

               —¿Molestando a mi paciente? —bromeó.




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