Page 233 - El Misterio de Salem's Lot
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instrumentos—. ¿Cuál era el apellido de soltera de su madre?
               —Ashford—respondió Ben, a quien le habían hecho preguntas similares cuando
           recuperó por primera vez el conocimiento.

               —¿Y la maestra de primer grado?
               —La señora Perkins. Se teñía el pelo.
               —¿El segundo nombre de su padre?

               —Merton.
               —¿Mareos o náuseas?
               —No.

               —¿No percibe olores raros, colores o...?
               —No, no y no. Estoy perfectamente.
               —Eso  lo  decidiré  yo  —especificó  Cody—.  ¿En  algún  momento  vio  doble

           imagen?
               —Desde la última vez que bebí toda una botella de Thunderbird, no.

               —Muy bien. Le declaro curado gracias a las maravillas de la ciencia moderna y a
           la suerte de tener la cabeza dura. Ahora, ¿de qué quería hablarme? De Tibbits y del
           chico  de  los  McDougall,  imagino.  Lo  único  que  puedo  decirle  es  lo  que  le  dije  a
           Parkins  Gillespie.  Primero,  que  me  alegro  de  que  no  haya  aparecido  en  los

           periódicos; en un pueblo pequeño, con un escándalo por siglo es bastante. Segundo,
           que no sé quién pudo hacer una cosa tan retorcida. No puede haber sido nadie del

           pueblo. Tenemos nuestra cuota de horrores, pero...
               Se interrumpió al ver la expresión intrigada de Ben y Susan.
               —¿No lo saben? ¿No les han contado?
               —¿Contado qué? —preguntó Ben.

               —Parece  algo  de  Boris  Karloff  y  Mary  Shelley.  Anoche  alguien  se  llevó  los
           cadáveres del depósito en Portland.

               —Cristo —murmuró Susan.
               —¿Qué pasa? —preguntó Cody—. ¿Es que ustedes saben algo de esto?
               —Estoy empezando a pensar que sí —respondió Ben.




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               Cuando terminaron de contárselo todo eran las 12.10. La enfermera había traído
           el almuerzo de Ben en una bandeja, que seguía intacta junto a la cama.

               La última palabra se extinguió y no se oyó otro ruido que el entrechocar de vasos
           y  cubiertos  por  la  puerta  entreabierta,  mientras  los  demás  pacientes  del  pabellón
           comían.

               —Vampiros —repitió Jimmy Cody—. Y Matt Burke. Tratándose de él, es muy




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