Page 234 - El Misterio de Salem's Lot
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difícil tomarlo a risa.
               Ben y Susan se quedaron en silencio.
               —Así que quieren que exhume el cadáver del chico de los Glick —masculló—.

           Lo único que faltaba.
               Sacó un frasco de su maletín y se lo arrojó a Ben, que lo atrapó al vuelo.
               —Aspirina —informó—. ¿La usa usted?

               —Mucho.
               —Mi  padre  solía  decir  que  era  la  mejor  enfermera  de  un  buen  médico.  ¿Sabe
           usted cómo actúa?

               —No —contestó Ben, mientras hacía girar en las manos el frasco de aspirinas.
               No  conocía  a  Cody  lo  suficiente  para  saber  qué  era  lo  que  ocultaba  o  lo  que
           dejaba ver, pero estaba seguro de que no eran muchos los pacientes que lo veían así,

           nublado el rostro juvenil por las cavilaciones y la introspección. No quiso interrumpir
           el estado de ánimo de Cody.

               —Ni yo —continuó éste—. Ni nadie, en realidad. Pero es buena para el dolor de
           cabeza, la artritis y el reumatismo. Tampoco sabemos qué son esas dolencias. ¿Por
           qué ha de dolerle a uno la cabeza, si no hay nervios en el cerebro? Sabemos que la
           composición química de la aspirina se parece mucho a la del LSD, pero ¿por qué uno

           de  ellos  alivia  el  dolor  de  cabeza  mientras  el  otro  hace  que  la  cabeza  se  llene  de
           flores? En parte, la razón de que no lo entendamos es que no sabemos realmente qué

           es el cerebro. El mejor médico del mundo está en un islote en medio de un mar de
           ignorancia. Sacudimos nuestras varas de brujos, matamos nuestros cobayas, y leemos
           mensajes en la sangre. Y todo eso funciona muchas veces. Magia blanca. Bene gris
           gris.  Mis  profes  de  la  facultad  se  tirarían  de  los  pelos  si  me  oyeran  decir  esto.

           Algunos ya lo hicieron cuando supieron que me dedicaría a la medicina general en
           una  zona  rural  de  Maine  —sonrió—.  Y  clamarían  si  supieran  que  voy  a  pedir

           autorización para exhumar el cadáver del chico de Glick.
               —¿Lo hará usted? —preguntó Susan, azorada.
               —¿Qué daño puede hacer? Si está muerto, está muerto. Y si no, tendré algo para
           remover  el  avispero  en  la  próxima  convención  de  la  Asociación  Médica

           Norteamericana. Diré a los funcionarios del condado que busco signos de encefalitis
           infecciosa, es la única explicación verosímil que se me ocurre.

               —¿Podría ser eso, realmente? —preguntó, Susan.
               —Improbable.
               —¿Cuándo sería lo más pronto que se podría hacer eso? —preguntó Ben.

               —Mañana. Pero si tengo que ir de un lado a otro, el martes o miércoles.
               —¿Qué aspecto debería tener? —preguntó Ben—. Ya sabe, me refiero a...
               —Sí,  sé  a  qué  se  refiere.  Los  Glick  no  habrán  hecho  embalsamar  al  chico,

           ¿verdad?




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