Page 219 - El Misterio de Salem's Lot
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Al mirar los ojos del extraño pudo ver muchas cosas, todas admirables.
               —Este  país  es  una  sorprendente  paradoja.  En  otros  países,  cuando  un  hombre
           come sin restricciones día tras día, se vuelve gordo... dormilón..., se pone hecho un

           cerdo. Pero aquí... parece que cuanto más tenéis, más agresivos os volvéis. Como el
           señor Sawyer. Con todo loque tiene, te regatea unas pocas migajas de su mesa. Él
           también es como un niño en una fiesta de cumpleaños, que aparta de un empujón a

           otro bebé, aunque él ya no pueda comer más, ¿no es así?
               —Sí —balbuceó Corey.
               Los  ojos  de  Barlow  eran  tan  grandes  y  tan  comprensivos...  No  era  más  que

           cuestión de...
               —Todo es cuestión de perspectiva, ¿no es verdad?
               —¡Sí! —exclamó Corey.

               El hombre había pronunciado la palabra justa, exacta, perfecta. El cigarrillo se le
           escurrió de los dedos y cayó al suelo.

               —Yo podría haber pasado por alto una comunidad rústica como ésta —reflexionó
           el extraño—. Podría haber ido a una de vuestras grandes ciudades bulliciosas. ¡Bah!
           —Se  enderezó  súbitamente,  mientras  sus  ojos  centelleaban—.  ¿Qué  sé  yo  de  las
           ciudades?  ¡Allí  me  atropellaría  el  primer  cabriolé  que  pasara  por  la  calle!  ¡Me

           ahogaría en ese aire infecto! Entraría en contacto con hombres untuosos y estúpidos,
           cuyas  preocupaciones  son  para  mí...  ¿cómo  decís,  hostiles...?,  sí,  hostiles.  ¿Cómo

           podría enfrentarse un pobre campesino como yo con el huero refinamiento de una
           gran ciudad... aunque sea de una ciudad norteamericana? ¡No! ¡Yo repudio vuestras
           ciudades!
               —¡Oh, sí! —susurró Corey.

               —Por  eso  he  venido  aquí,  a  un  lugar  del  cual  me  habló  por  primera  vez  un
           hombre brillante, que fue vecino de este pueblo y ahora lamentablemente ha muerto.

           Aquí las gentes siguen siendo ricas y sanguíneas, gente rebosante de la agresión y la
           oscuridad que tan necesarias son para... no hay palabra para eso en vuestro idioma.
           Pokol; vurderlak; eyalik. ¿Sabes a qué me refiero?
               —Sí —balbuceó Corey.

               —La  gente  no  se  ha  separado  de  la  vitalidad  que  fluye  de  la  madre  tierra,
           cubriéndola con un caparazón de cemento. Sus manos se hunden en la savia de la

           vida. ¡Han arrancado la vida de la tierra, entera y palpitante! ¿No es verdad?
               —¡Sí!
               Con una risita bondadosa, el extraño apoyó una mano en el hombro de Corey.

               —Eres un buen muchacho. Un hermoso muchacho, fuerte. No creo que quieras
           irte de un pueblo tan perfecto, ¿no?
               —No... —murmuró Corey, pero de pronto dudó.

               El  miedo  regresaba.  Pero  seguramente  no  tenía  importancia.  Ese  hombre  no




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