Page 296 - El Misterio de Salem's Lot
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—Si me la dieras, yo tomaría la píldora que le ofreciste a Ben.
               —Se lo diré a la enfermera.
               —Mientras vosotros hacéis vuestra tarea, yo dormiré —dijo Matt—. Más tarde

           habrá  que...  Bueno,  basta  por  ahora.  —Sus  ojos  se  detuvieron  en  Mark—.  Ayer
           hiciste algo notable, hijo. Descabellado y temerario, pero notable.
               —El  precio  lo  pagó  ella  —respondió  Mark  en  voz  baja  y  entrelazó  las  manos

           temblorosas.
               —Sí, y es posible que tú tengas que pagarlo también. Y cualquiera de vosotros, o
           todos. ¡No le subestiméis! Y ahora, si no os importa, estoy muy cansado. He pasado

           casi toda la noche leyendo. Llamadme tan pronto hayáis terminado.
               Se fueron. En el vestíbulo, Bcn miró a Jimmy.
               —¿No te hizo pensar en nadie? —le preguntó.

               —Sí. En Van Helsing.



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               A las diez y cuarto, Eva Miller bajó al sótano a buscar dos envases de cereal en

           conserva para llevarle a la señora Norton que, según le había contado Mabel Werts,
           estaba en cama, Eva se había pasado casi todo el mes de septiembre en la cocina,

           afanada  envasando  conservas,  blanqueando  verduras  y  almacenándolas,  cubriendo
           con  parafina  el  contenido  de  los  frascos  donde  había  guardado  sus  mermeladas
           caseras. En las estanterías de su pulcro sótano de suelo de tierra apisonada había más

           de doscientos botes de conservas; preparar conservas era uno de los grandes placeres
           de Eva. Más avanzado el año, cuando el otoño fuera cediendo paso al invierno y las
           fiestas estuvieran más cerca, prepararía las conservas de carne.

               El olor la sorprendió cuando abrió la puerta del sótano.
               —Demonios  —masculló,  conteniendo  la  respiración,  y  bajó  cuidadosamente,
           como si fuera vadeando aguas contaminadas.

               Su marido había construido personalmente el sótano, y había hecho las paredes de
           piedra para que fuera fresco. De vez en cuando alguna rata almizclera, una marmota o
           un visón se quedaba atrapado en alguna de las grietas y moría allí. Eso era lo que

           debía de haber pasado, por más que Eva no recordaba haber sentido nunca un hedor
           tan fuerte.
               Terminó de bajar y recorrió las paredes, entrecerrando los ojos bajo la tenue luz

           que enviaban desde el techo las dos bombillas de 50 vatios. Sería mejor poner de 75,
           pensó. Encontró los envases, con la pulcra etiqueta que anunciaba CEREAL escrita
           de su puño y letra (había puesto una rodaja de pimiento rojo en lo alto de cada uno) y

           prosiguió con su inspección,, mirando incluso en el espacio detrás de la caldera con




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