Page 298 - El Misterio de Salem's Lot
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rayos del sol, el padre Callahan se acordó de una vieja historieta. Una mujer que está
barriendo con una escoba mira el suelo, sorprendida: ha barrido parte de su sombra.
En ese momento, él se sentía un poco así. Por segunda vez en veinticuatro horas, se
veía enfrentado con una total imposibilidad, sólo que ahora la imposibilidad se veía
corroborada por un escritor, un muchachito aparentemente equilibrado y un médico a
quien todo el pueblo respetaba. Así y todo, una imposibilidad es una imposibilidad.
Uno no puede barrer su propia sombra. Pero eso era lo que parecía haber pasado.
—Me resultaría más fácil aceptar que consiguieron provocar una tormenta y un
corte de luz —dijo.
—Pues es verdad, se lo aseguro —le reiteró Jimmy, mientras se llevaba la mano
al cuello.
El padre Callahan se levantó y sacó algo del maletín de Jimmy: dos bates de
béisbol truncados, con la punta aguzada.
—Es un momento nada más, señora Smith —dijo mientras giraba en sus manos a
uno de ellos—. No le dolerá.
Nadie rió.
Callahan volvió a dejar las estacas, se dirigió a la ventana y miró hacia Jointner
Avenue.
—Todos ustedes son muy convincentes —comentó—. E imagino que debo
agregar una pequeña información de la que aún no disponen.
Nuevamente se dirigió a ellos.
—En el escaparate de la tienda de muebles de Barlow y Straker hay un cartel de
«Cerrado hasta nuevo aviso». Esta mañana a las nueve fui a hablar con el misterioso
señor Straker sobre las afirmaciones del señor Burke. Las dos puertas de la tienda, la
de delante y la de atrás, estaban cerradas con candado.
—Tendrá que admitir que eso concuerda con lo que dice Mark —señaló Ben.
—Es posible. Y también es posible que se trate de una mera casualidad.
Permítanme que vuelva a preguntarles si están seguros de que deben hacer intervenir
en esto a la Iglesia católica.
—Sí —respondió Ben—. Pero si es necesario, prescindiremos de usted. Y en
último caso, estoy dispuesto a ir solo.
—No será necesario —respondió el padre Callahan, mientras se ponía en pie—
.Acompáñenme a la iglesia, caballeros, para que pueda oírles en confesión.
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Ben se arrodilló torpemente en la mohosa penumbra del confesionario. Su mente
era un torbellino atravesado por destellos de imágenes surrealistas: Susan en el
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