Page 301 - El Misterio de Salem's Lot
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Ben pensó que tendría que usar ese martillo con Susan para hundirle una estaca
entre los pechos, y sintió que el estómago le subía lentamente, como en un avión que
desciende repentinamente.
—Sí. Ya lo creo que es feo —contestó, mientras se humedecía los labios.
En el supermercado de Cumberland, Ben y Jimmy compraron todo el ajo que
encontraron en los estantes de la verdulería. La cajera levantó las cejas mientras los
atendía. Moviendo la cabeza, les dijo:
—Me alegro de no tener que salir con vosotros esta noche, muchachos.
—¿Cuál es la base de la eficacia del ajo en estos casos? —preguntó Ben mientras
salían— . Imagino que algo que dice la Biblia, o una antigua maldición, o...
—Yo sospecho que es una alergia —declaró Jimmy.
—¿Alergia?
Callahan, que alcanzó a oír la última palabra, pidió que le explicarán de qué se
trataba mientras iban hacia la floristería La Bella del Norte.
—Pues sí, yo estoy de acuerdo con el doctor Cody —expresó—. Probablemente
sea una alergia... si es que tiene algún efecto, lo que no está demostrado todavía, no lo
olviden. —Qué idea tan rara para un sacerdote —se sorprendió Mark.
—¿Por qué? Si debo aceptar la existencia de vampiros (y parece que es así de
momento), ¿debo aceptar también que son criaturas situadas más allá de las leyes
naturales? De algunas, sin duda. La leyenda afirma que no se les puede ver en los
espejos, que pueden transformarse en murciélagos o en lobos o pájaros, que pueden
adelgazar su cuerpo hasta colarse por las rendijas más pequeñas. Pero sabemos que
ven, oyen, hablan... y sin duda saborean. Es posible que conozcan también la
incomodidad, el dolor...
—¿Y el amor? —preguntó Ben, mirando al frente. —No —respondió Jimmy—.
Sospecho que el amor está más allá de su alcance.—Mientras hablaba, entró en el
pequeño aparcamiento de una tienda de floristería en forma de L, que tenía a su lado
un invernadero. Una campanilla tintineó sobre la puerta mientras entraban, y se
sintieron invadidos por el denso aroma de las flores. Ben se sintió descompuesto al
aspirar la pegajosa densidad de los perfumes mezclados, que le hizo pensar en un
velatorio. —Hola —les saludó un hombre alto que llevaba un delantal de lona y que
salió a atenderlos con una maceta en la mano. Apenas si Ben había empezado a
explicarle lo que quería cuando el hombre le interrumpió, sacudiendo la cabeza. —
Me temo que han llegado tarde. El viernes pasado vino un hombre que me compró
todo el surtido de rosas que tenía... rojas, blancas y amarillas. Hasta el miércoles no
volveré a tener. A menos que quieran otra... —¿Qué aspecto tenía ese hombre? —
Muy extraño —recordó el florista, mientras dejaba la maceta Alto, totalmente calvo.
Ojos penetrantes. Fumaba cigarrillos extranjeros. Tuvo que hacer tres viajes a su
coche para llevarse las flores. Las puso en la parte de atrás de un Dodge muy viejo.
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