Page 300 - El Misterio de Salem's Lot
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todos  los  hombres.  Matt  no  les  había  hablado  de  la  idea  del  padre  Callahan,  que
           sentía a su Iglesia como una fuerza, pero en ese momento Ben la habría entendido. En
           ese  cubículo  fétido  podía  percibir  la  fuerza,  que  se  adentraba  en  él  como  una

           palpitación, dejándole desnudo y despreciable. La sentía como jamás podía sentirla
           un católico, habituado a la confesión desde su infancia.
               Cuando  salió,  recibió  con  agradecimiento  el  aire  fresco  que  entraba  por  las

           puertas abiertas. Se masajeó el cuello y retiró la mano cubierta de sudor.
               Callahan se asomó.
               —No ha terminado todavía —le advirtió.

               Sin decir palabra, Ben volvió al confesionario, pero no se arrodilló. Callahan le
           ordenó un acto de contrición. Diez padrenuestros y diez avemarías.
               —Eso no lo sé —explicó Ben.

               —Le  daré  una  tarjeta  donde  están  escritas  las  oraciones  —dijo  la  voz  del
           sacerdote—.  Puede  ir  diciéndolas  en  silencio  mientras  vamos  en  el  coche  hasta

           Cumberland.
               Ben titubeó un momento.
               —¿Sabe  que  Matt  tenía  razón  cuando  dijo  que  iba  a  ser  más  difícil  de  lo  que
           pensábamos? Antes de que esto termine, vamos a sudar sangre.

               —¿Sí? —se limitó a decir Callahan.
               ¿Cortesía o incertidumbre? Ben no habría podido decirlo. Cuando bajó los ojos

           advirtió que todavía tenía en la mano la cajita de pastillas de menta, que se había
           convertido en una masa informe bajo la presión convulsiva de sus dedos.



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               Era  ya  casi  la  una  cuando  todos  subieron  al  gran  Buick  de  Jimmy  Cody  y
           salieron.  Ninguno  de  ellos  hablaba.  El  padre  Donald  Callahan  llevaba  sotana,
           sobrepelliz y una estola blanca bordeada de púrpura. Le había entregado a cada uno

           un tubito de agua de la pila y los habíabendecido con la señal de la Cruz. Él llevaba
           consigo una pequeña píxide que contenía varias hostias consagradas.
               Se detuvieron primero en la consulta de Jimmy en Cumberland. Jimmy dejó el

           motor  en  marcha  mientras  entraba.  Cuando  volvió  a  salir,  vestía  una  holgada
           chaqueta  con  la  que  disimulaba  el  bulto  del  revólver  de  McCaslin.  En  la  mano
           derecha llevaba un martillo de carpintero.

               Ben le miró como fascinado, y con el rabillo del ojo vio que Mark y Callahan
           tampoco le quitaban los ojos de encima. El martillo tenía la cabeza de acero azulado
           y una empuñadura de goma en el mango.

               —Feo, ¿no? —comentó Jimmy.




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