Page 303 - El Misterio de Salem's Lot
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Avenue y Brock Street. Una proyección perfecta y una perspectiva del pueblo de casi
360 grados. Era un lugar enorme e incierto, que con los postigos cerrados se
convertía en una figura desmesurada e inquietante; una especie de sarcófago
monolítico, una evocación del desastre.
Y había sido sede de suicidio y asesinato, es decir que pisaban terreno profanado.
Callahan abrió la boca para decirlo, pero se abstuvo.
Cody tomó por Brooks Road y por un momento la casa se perdió entre los
árboles. Después estos empezaron a escasear y se encontraron ya en el camino de
entrada. El Packard estaba fuera del garaje. Cuando Jimmy apagó el motor, sacó el
revólver de McCaslin.
Callahan sintió que la atmósfera del lugar se apoderaba de él. Sacó del bolsillo un
crucifijo que había sido de su madre y se lo colgó al cuello junto con el suyo propio.
En aquellos árboles desnudados por el otoño ningún pájaro cantaba. El césped, alto y
descuidado, parecía más seco y más deshidratado de lo que cabía esperar dado lo
avanzado de la estación: hasta la tierra se veía gris y agotada.
Los escalones que ascendían hacia el porche estaban deformados, y en uno de los
postes del porche se veía un rectángulo en el que la pintura conservaba un color más
brillante, donde hasta hacía poco tiempo pendía un cartel de prevención para los
intrusos. Bajo el cerrojo enmohecido de la puerta principal se veía el brillo broncíneo
de una cerradura Yale nueva.
Todos intercambiaron miradas.
—Una ventana, tal vez, como hizo Mark... —propuso Jimmy, vacilante.
—No —se opuso Ben—. Entraremos por la puerta principal. Si hay que romperla,
la romperemos.
—No creo que sea necesario —declaró Callahan.
Desde que habían bajado del coche, se puso a la cabeza sin sombra de vacilación.
Una especie de vehemencia, la misma que había creído desaparecida para siempre,
pareció invadirle a medida que se aproximaba a la puerta. Era como si la casa se les
acercara para rodearlos, como si el mal rezumara por los desconchados de la pintura
reseca. Sin embargo, Callahan no vaciló. Ya no pensaba en contemporizar. En esos
momentos, más que guiar a nadie, él mismo se movía obedeciendo a un impulso.
—¡En nombre de Dios! —proclamó, mientras su voz asumía una áspera nota
imperativa que hizo que todos se acercaran a él—. ¡Ordeno que el mal se retire de
esta casa! ¡Alejaos, espíritus malignos! —Y, sin tener conciencia de lo que hacía,
golpeó la puerta con el crucifijo que llevaba en la mano.
Hubo un destello de luz (después, todos coincidirían en haberlo visto), y un ruido
restallante, como si las tablas hubieran gritado. La ventana semicircular que había
encima de la puerta estalló de pronto hacia fuera, al mismo tiempo que el gran
ventanal de la izquierda escupía fragmentos de cristal sobre la hierba. Jimmy dejó
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