Page 307 - El Misterio de Salem's Lot
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Mis  buenos  amigos  —señor  Mears,  señor  Cody,  jovencito  Petrie,  padre
              Callahan—, disfrutad de vuestra estancia. El Medoc es excelente; me lo procuró
              especialmente  el  difunto  propietario  de  la  casa,  de  cuya  compañía  personal

              jamás llegué a disfrutar. Os ruego que os consideréis mis invitados y bebáis, si
              aún os quedan ánimos para hacerlo cuando hayáis terminado vuestra tarea. Ya
              volveremos  a  encontrarnos,  en  persona,  y  en  ese  momento  os  daré  mi

              enhorabuena en forma más personal a cada uno. Hasta entonces, adiós.
                  BARLOW.


               Tembloroso, Ben dejó la carta sobre la mesa y miró a los demás. Mark estaba

           inmóvil con los puños contraídos, la boca inmovilizada en el gesto de alguien que
           acaba  de  morder  algo  podrido;  el  rostro  extrañamente  infantil  de  Jimmy  aparecía
           pálido y tenso; y aunque el padre
               Callahan seguía teniendo los ojos iluminados, su boca era un arco tembloroso.

               Uno a uno, todos le miraron.
               —Vamos —dijo Ben, y juntos echaron a andar.




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               Parkins  Gillespie  estaba  de  pie  en  los  peldaños  del  edificio  de  ladrillo  del
           ayuntamiento, mirando con sus potentes binoculares Zeiss, cuando Nolly Gardener

           llegó en el coche de policía del pueblo y bajó de él.
               —¿Qué pasa, Park? —preguntó mientras subía los peldaños.
               Sin decir palabra, Parkins le entregó los prismáticos, y su calloso pulgar señaló

           hacia la casa de los Marsten,
               Nolly miró. Vio el viejo Packard, y frente a él un Buick nuevo. El aumento de los
           binoculares no era suficiente para distinguir el número de matrícula. Nolly bajó los

           prismáticos.
               —Es el coche del doctor Cody, ¿no?
               —Sí, creo que sí. —Parkins se puso un Pall Malí entre los labios y raspó una

           cerilla en la pared que había a sus espaldas.
               —Jamás he visto un coche allá arriba, a no ser ese viejo Packard.

               —Exactamente —asintió Parkins, meditabundo.
               —¿Te parece que tendríamos que ir a echar un vistazo? —En la manera de hablar
           de Nolly no había mucho de su entusiasmo habitual. Era policía desde hacía cinco
           años, y todavía estaba fascinado con su cargo.

               —No —declaró Parkins—. Será mejor que no nos metamos.
               Se sacó el reloj del bolsillo del chaleco y abrió la tapa de plata grabada, como un

           jefe  de  estación  que  verifica  la  llegada  de  un  expreso.  Eran  las  15.41.  Parkins


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