Page 327 - El Misterio de Salem's Lot
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el 38 y se preparó para descargar la culata en la cabeza de la enfermera.
               En ese preciso instante, una patada en los pies la derribó.



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               El revólver salió volando.
               La mujer envuelta en la raída bata amarilla no gritó, sino que emitió un gemido

           largo y agudo, casi plañidero. Como un cangrejo, se arrastró hacia el arma, en tanto
           que el hombre .que estaba tras ella, con aspecto perplejo y asustado, se precipitaba
           también a recogerla. Cuando vio que ella sería la primera en alcanzarla, la envió de
           un puntapié a través de la alfombra.

               —¡Eh! —vociferó—. ¡Eh, socorro!
               Ann  Norton  le  miró  por  encima  del  hombro,  sin  dejar  de  emitir  su  silbido,  el

           rostro  desencajado  en  una  tensa  mueca  de  odio,  y  después  trató  de  alcanzar  el
           revólver. El asistente que se había acercado corriendo miró con estupor la escena y
           después se apoderó del arma, que estaba casi a sus pies.
               —Por Dios —exclamó—. Si está carga...

               Ann se precipitó sobre él. Sus manos le rasgaron la cara, mientras el sorprendido
           asistente  trataba  de  impedirle  alcanzar  el  revólver.  Sin  dejar  de  gemir,  la  mujer

           intentó arrebatárselo.
               Otro  hombre  consiguió  inmovilizarla.  Más  tarde,  declararía  que  al  sujetarla  le
           había parecido agarrar una bolsa llena de serpientes. Bajo la bata, el cuerpo era calido

           y repulsivo, y no había músculo que no se contrajera y retorciera.
               Mientras  Ann  luchaba  por  soltarse,  el  asistente  le  asestó  un  puñetazo  en  la
           mandíbula, y la mujer se desplomó.

               El asistente y el hombre se miraron.
               La enfermera a cargo de recepción gritaba con todas sus fuerzas, cubriéndose la
           boca con las manos, y sus gritos tenían un extraño efecto de sirena de niebla.

               —Pero ¿qué clase de hospital es éste caramba? —preguntó el hombre.
               —Que me aspen si lo sé —masculló el asistente—. ¿Qué demonios ha pasado?
               —Yo iba a visitar a mi hermana, que acaba de tener un bebé, cuando vino ese

           chico a decirme que acababa de entrar una mujer con un revólver, y...
               —¿Qué chico? El hombre que había ido a visitar a su hermana miró alrededor. El
           vestíbulo de recepción iba llenándose de gente, pero todos parecían normales.

               —Ahora no lo veo, pero estaba aquí. ¿El arma está cargada?
               —Sin duda —afirmó el asistente./p>
               —Pero ¿qué clase de hospital es éste, caramba? —volvió a preguntar el hombre.







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