Page 322 - El Misterio de Salem's Lot
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—Atrás —ordenó Barlow, volviendo a sonreír—. Tú de tu lado de la mesa y yo
           del otro, ¿eh?
               Callahan retrocedió lentamente, siempre sosteniendo su cruz al nivel de los ojos,

           de manera que podía mirar por encima de sus brazos. Parecía que en la cruz latiera un
           fuego  encadenado,  y  su  poder  le  levantaba  el  brazo  hasta  hacer  que  sus  músculos
           temblaran.

               Los dos se enfrentaron.
               —Juntos, por fin! —exclamó Barlow, sonriente.
               Su rostro era enérgico e inteligente y, de cierta manera extraño y repulsivo, bello;

           sin embargo, según como le diera la luz, parecía casi afeminado. ¿Dónde había visto
           Callahan un rostro así? El recuerdo volvió en ese momento, el de mayor terror que
           hubiera vivido: la cara del señor Flip, su propio monstruo personal, eso que durante el

           día se ocultaba en el armario y que salía después de que su madre hubiera cerrado la
           puerta del dormitorio. No le dejaban mantener una luz encendida de noche, ya que

           sus padres estaban de acuerdo en que la manera de superar esos miedos infantiles era
           hacerles  frente,  y  todas  las  noches,  cuando  la  puerta  se  cerraba  suavemente  y  los
           pasos de su madre se perdían en el vestíbulo, la puerta del armario se entreabría y él
           podía percibir (¿o lo veía realmente?) el delgado rostro blanco y los ojos ardientes del

           señor Flip. Y ahí estaba otra vez, fuera del armario, mirando fijamente por encima del
           hombro de Mark, con su blanca cara de payaso de ojos fascinantes y labios rojos y

           sensuales.
               —¿Y ahora? —preguntó Callahan.
               Su  voz  no  parecía  la  suya.  No  apartaba  la  vista  de  los  dedos  de  Barlow,  esos
           dedos  largos  y  sensibles,  cubiertos  de  pequeñas  manchas  azules,  que  oprimían

           levemente la garganta del chico.
               —Eso depende. ¿Qué estás dispuesto a dar a cambio de este desgraciado?

               Mientras hablaba, le retorció las muñecas a Mark, con la esperanza de cerrar su
           pregunta con un alarido, pero Mark no le dio gusto. Salvo el súbito silbido del aire al
           escapársele entre los dientes apretados, se mantuvo en silencio.
               —Ya gritarás —le susurró Barlow, cuyos labios esbozaban una mueca de odio

           feroz—. ¡Ya gritarás hasta que te estalle la garganta!
               —¡Déjale ya! le ordenó Callahan.

               —¿Y por qué? —El odio se borró de su cara y una sombría sonrisa resplandeció
           en su lugar—. ¿Quieres que perdone al chico, que lo deje para otra noche?
               —¡Sí!

               Con una suavidad que era casi un ronroneo, Barlow volvió a hablar:
               —Entonces,  ¿tú  arrojarás  la  cruz  y  nos  enfrentaremos  en  las  mismas
           condiciones... blanco contra negro? ¿Tu fe contra la mía?

               —Sí —repitió Callahan, ya no con tanta firmeza.




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