Page 326 - El Misterio de Salem's Lot
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Ya se lo había dicho a Susan, ya la había prevenido sobre ese Mears y sus amigos,
           le había alertado sobre el hombre que la había asesinado, a instancias de Matt Burke.
           Había sido una confabulación, sí. Ann Norton lo sabía. Él se lo había contado.

               Se había pasado todo el día enferma y con sueño, casi sin poder levantarse de la
           cama.  Y  después  de  mediodía,  cuando  había  caído  en  esa  pesada  somnolencia
           mientras  su  marido  iba  a  responder  las  estúpidas  preguntas  del  formulario  para

           denunciar  personas  desaparecidas,  él  se  le  había  aparecido  en  un  sueño.  Tenía  un
           hermoso  rostro,  autoritario  y  arrogante.  La  nariz  tenía  algo  de  halcón,  el  pelo  le
           descubría ampliamente la frente, y su boca firme y fascinante ocultaba unos dientes

           blancos que la nacían estremecer cuando él sonreía. Y los ojos... tan rojos, y con esa
           cualidad hipnótica Cuando él la miraba con esos ojos, Ann no podía apartar la vista...
           ni quería.

               Él se lo había contado todo, y le había dicho lo que debía hacer, asegurándole que
           cuando lo hubiera hecho podría estar con su hija, y con tantos otros, y con él A pesar

           de Susan, a quien Ann quería agradar era a é¿ para que le diera lo que ella necesitaba
           con tanta avidez: el toque, la penetración.
               Llevaba en el bolsillo el revólver 38 de su marido.
               Entró  en  la  recepción  y  se  dirigió  al  escritorio  de  la  recepcionista.  Si  alguien

           intentaba detenerla, ya sabría hacerse valer. Y no con disparos. No era cuestión de
           disparar hasta quehubiera llegado a la habitación de Burke. Él se lo había dicho. Si la

           atrapaban  y  la  detenían  antes  de  que  hubiera  hecho  el  trabajo,  él  no  volvería  a
           visitarla, a darle besos ardientes en la noche.
               En el escritorio había una chica joven, de cofia y uniforme blanco, que resolvía
           un crucigrama al suave resplandor de la lámpara que la iluminaba desde la consola.

           Por el pasillo, dándoles la espalda, se alejaba un asistente.
               La  enfermera  de  guardia  la  miró  con  una  sonrisa  profesional  cuando  oyó  sus

           pasos,  pero  la  sonrisa  se  esfumó  al  ver  a  la  mujer  de  ojos  alucinados  que  se  le
           acercaba, vestida con ropa de cama. Aunque inexpresivos, esos ojos tenían un brillo
           extraño,  y  le  daban  el  aspecto  de  un  juguete  que  alguien  hubiera  puesto  en
           movimiento. Una paciente, tal vez, que andaba extraviada.

               —Señora, si...
               Ann Norton sacó del bolsillo el arma, como un asesino a sueldo, y apuntó a la

           cabeza de la enfermera.
               —Vuélvete —le dijo.
               La boca de la muchacha se contrajo y con un movimiento convulsivo inspiró aire.

               —No grites; si lo haces te mataré.
               La chica había palidecido.
               —Vuélvete.

               Lentamente, la enfermera se levantó y se volvió. Ann Norton tomó por el cañón




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