Page 320 - El Misterio de Salem's Lot
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ha  hecho  es  para  haceros  saber  queuna  de  las  piezas  blancas  está  en  jaque!  Él
           entiende  las  fuerzas,  y  sabe  que  la  victoria  es  más  fácil  si  estas  están  divididas  y
           desorientadas.  Por  haber  olvidado  eso  se  ha  apuntado  él  la  primera  jugada,  por

           omisión; el grupo originario ha quedado escindido en dos. Si ahora vais a la casa de
           los Petrie, se escindirá en tres. Yo estoy solo y postrado en cama; soy presa fácil,
           aunque  tenga  cruces  y  libros.  Todo  lo  que  necesita  es  mandar  a  alguna  de  sus

           víctimas, de las que no son todavía muertos vivientes, para que me mate con un arma
           cualquiera.  Entonces  no  quedaréis  más  que  tú  y  Ben,  corriendo  en  la  noche  hacia
           vuestra propia destrucción. Entonces se habrá adueñado de Salem's Lot. ¿Acaso no lo

           comprendéis?
               Ben fue el primero en hablar.
               —Sí —admitió.

               Matt se dejó caer sobre las almohadas.
               —Si  hablo  así,  no  es  porque  tema  por  mi  vida,  Ben.  Tienes  que  creerme.  Ni

           siquiera  por  las  vuestras.  Temo  por  el  pueblo.  Pase  lo  que  pase,  tiene  que  quedar
           alguien que pueda detenerle mañana.
               —Sí. Y a mí no me vencerá mientras no haya podido vengar a Susan.
               El silencio se hizo entre ellos. Jimmy Cody lo rompió.

               —Tal vez salgan indemnes, de todas maneras —dijo—. Creo que ha subestimado
           a Callahan, y estoy seguro de que subestima al muchacho. Ese chico es increíble.

               —No  perdamos  la  esperanza  —dijo  Matt,  y  cerró  los  ojos.  Se  dispusieron  a
           esperar.



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               El padre Donald Callahan estaba de pie en un lado de la espaciosa cocina de los
           Petrie,  sosteniendo  en  alto  la  cruz  de  su  madre,  que  inundaba  la  estancia  con  un
           resplandor espectral. Del otro lado, junto al fregadero, estaba Barlow, que con una

           mano inmovilizaba las de Mark a la espalda del chico, en tanto que con la otra le
           rodeaba el cuello. En medio de ellos, tendidos en el suelo entre los fragmentos del
           cristal que había destrozado Barlow al entrar, yacían los cuerpos de Henry y June

           Petrie.
               Callahan  estaba  aturdido.  Todo  había  sucedido  con  tal  rapidez  que  no  podía
           entenderlo. En un momento estaban discutiendo el asunto racionalmente con Petrie,

           bajo  la  brillante  sensatez  de  las  luces  de  la  cocina,  y  al  siguiente  se  habían  visto
           sumergidos  en  la  insania  que  el  padre  de  Mark  negaba  con  tanta  calma  y  tan
           comprensiva firmeza.

               Mentalmente, el padre Callahan procuró reconstruir lo sucedido.




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