Page 42 - La iglesia
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IV
MIÉRCOLES, 6 DE FEBRERO
La primera vez que Ernesto Larraz vio la Iglesia de San Jorge fue durante el
paseo que dio la tarde anterior con el padre Félix. Tuvieron que conformarse
con admirarla por fuera, ya que no les entregarían las llaves hasta dentro de
unos días. No quedaba lejos del piso de la Marina, a unos diez minutos
andando. Eso sí, la mayor parte del trayecto cuesta arriba. Una vez dieron por
terminada la visita a la que sería su parroquia, se dirigieron al centro de la
ciudad. En menos de una hora lo habían recorrido de punta a punta, del
antiguo Hospital de la Cruz Roja hasta las Puertas del Campo.
—Una ciudad muy hermosa, pero pequeña para mi gusto —comentó
Ernesto—. Espero no agobiarme aquí.
—A todo se acostumbra uno —auguró el joven sacerdote, optimista.
A la mañana siguiente, Félix llevó a Ernesto a la Vicaría. Allí le presentó
al padre Alfredo, un hombre culto y campechano a la vez, de charla amena y
trato afable. El vicario mostró interés en asistir a la entrega de las llaves:
—La Iglesia de San Jorge ya estaba cerrada cuando llegué a Ceuta en
2006 —explicó—. Me haría mucha ilusión estar presente en su apertura.
¿Puedo ir con ustedes?
—Por supuesto, será un placer —prometió el padre Ernesto—. Le
llamaremos en cuanto tengamos noticias de la Asamblea.
A partir de esa tarde, Ernesto salió a correr a diario. Decidió seguir los
itinerarios propuestos por Félix: lo primero fue disfrutar de las formidables
vistas del mar que regalaban las alturas del Monte Hacho; al día siguiente,
muy temprano, corrió por la Carretera Nueva hasta llegar a la frontera con
Marruecos, cruzándose con los marroquíes que venían a Ceuta a trabajar o a
comprar mercancías para revender en su tierra. Por la tarde, Ernesto cambió el
correr por una caminata tranquila y relajante hasta Benzú, donde encontró una
segunda frontera, esta apenas transitada. Con el promontorio de la Mujer
Muerta a su espalda y el Peñón de Gibraltar al otro lado del Estrecho,
contempló Ceuta, la ciudad que llamaban Perla del Mediterráneo. En ese
momento se sintió aislado del resto del mundo, y no supo discernir si eso era
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