Page 44 - La iglesia
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V
VIERNES, 8 DE FEBRERO
Poco antes de las diez de la mañana, Ernesto y Félix ascendían la cuesta que
llevaba a la iglesia en compañía del padre Alfredo. Juan Antonio Rodero les
esperaba junto a la verja con la bolsa que siempre solía llevar consigo en
bandolera. Le sorprendió encontrarse con su amigo el vicario, a quien saludó
antes que a nadie con una sonrisa franca en los labios.
—¡Alfredo, cuánto honor! No te esperaba por aquí.
—Me muero de ganas de ver la iglesia por dentro —afirmó el vicario—.
¿Conoces al padre Ernesto y al padre Félix?
—Ayer hablé con el padre Félix por teléfono —explicó—. Encantado.
—Estrechó la mano al joven sacerdote y se fijó en Ernesto, a quien había
visto más de una vez por la tele—. Bienvenido a Ceuta, padre Ernesto. Soy
Juan Antonio Rodero.
—Ernesto a secas, por favor, y tutéame —rogó él, obsequiándole con un
fuerte apretón de manos.
El aparejador le agradeció la confianza con un gesto, sacó el pesado
manojo de llaves de la bolsa y se las entregó.
—Pues aquí tienes, todas para ti.
—¡Vaya! —exclamó Ernesto, sorprendido por el peso del llavero.
El padre Alfredo se echó a reír. La escena le recordó a una versión de bajo
presupuesto de la rendición de Breda, sin toda la legión de figurantes del
lienzo de Velázquez.
—Tómatelo como una penitencia —bromeó el vicario—. En vez de una
cruz, Dios te envía un manojo de llaves.
Tras un breve intercambio de comentarios jocosos sobre el llavero,
cruzaron la verja y se dirigieron a las puertas de la Iglesia de San Jorge. Como
la primera vez, las llaves respondieron con una suavidad sorprendente. Una
vez dentro, Juan Antonio accionó los interruptores eléctricos, resucitando
ventiladores y fluorescentes. El vicario se adelantó, caminando por la nave
central mientras sus ojos lo exploraban todo con la curiosidad de un crío que
acaba de entrar en un parque de atracciones.
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