Page 45 - La iglesia
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—¡Qué hermosa es! —exclamó, pletórico—. ¡Y qué bien conservada está!
Ernesto y Félix le siguieron, con Juan Antonio a la zaga. Los sacerdotes
parecían encandilados con la belleza del templo. Félix fue el primero en
reparar en el enlosado que había en medio del crucero:
—¡Miren eso! —El sacerdote se adelantó, colocándose en cuclillas sobre
la escena que representaba a San Jorge ejecutando al dragón rugiente; acarició
la solería con la punta de los dedos—. Maravilloso e inquietante a la vez…
El vicario rodeó la escena de la batalla con los pasos lentos y armoniosos
de un matador de toros, dedicando a San Jorge una mirada altiva, como si le
disgustara verle.
—Típico de los jorgianos —dijo al fin—. Dragones, armaduras, espadas,
lanzas, sangre, lucha… Violencia asociada al culto. Siempre admiraron más a
San Jorge que al propio Jesucristo. Que descansen en paz, y dejen en paz al
mundo —sentenció.
—He leído que la orden está extinguida —intervino el padre Félix—. ¿Es
cierto?
—Si no lo está, poco le falta —respondió el padre Alfredo sin quitar ojo
de la solería; a pesar de no gustarle lo que representaba, la imagen le
fascinaba de algún modo—. Hace por lo menos veinte años que no admiten a
nadie en su seminario, y los pocos que quedan vivos son viejos y están
retirados.
Ernesto, que tampoco estaba demasiado enterado de la historia de los
jorgianos, decidió tirarle de la lengua al vicario:
—No se ofenda, pero habla de ellos como si no le gustaran un pelo.
Lejos de sentirse ofendido, el padre Alfredo le agradeció su interés con
una sonrisa.
—Los jorgianos pertenecen a una época oscura del cristianismo, la misma
que vio nacer a la Orden del Temple. Pero al contrario que los templarios,
ellos no desaparecieron cuando tenían que haberlo hecho. Sin guerras en las
que combatir, los jorgianos no supieron adaptarse a los nuevos tiempos. No
construyeron escuelas, no se dedicaron a la oración ni predicaron la Palabra
de Dios en el Nuevo Mundo… Anduvieron dando bandazos por el sur de
Europa hasta que sus supervivientes desembocaron en Ceuta, en el siglo XVII,
donde participaron en la defensa de la ciudad, combatiendo en primera línea.
Un portugués, un tal Edmundo Coelho, premió su valor construyendo esta
iglesia para ellos alrededor de 1650. Utilizaron presos como mano de obra
esclava. Las últimas hazañas bélicas de los jorgianos tuvieron lugar a finales
de ese mismo siglo, contra las huestes del califa Muley Ismail.
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