Page 49 - La iglesia
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—¿Dígame?

                    Juan Antonio se dio cuenta enseguida de que no era Maite Damiano quien
               había contestado al móvil. Por un momento pensó que se había equivocado de
               número a pesar de haber usado la agenda del teléfono.
                    —¿Maite?

                    —No soy Maite, soy Leire. ¿Eres Juan Antonio, verdad? —⁠la joven soltó
                                                         ⁠
               una risa alegre como una campana—. No creas que soy adivina, he leído tu
               nombre en la pantalla del teléfono.
                    La  sonrisa  de  Juan  Antonio  se  amplió  tanto  que  a  punto  estuvo  de

               desgarrarle las comisuras de los labios. Conocía a Leire Beldas de verla con
               Maite;  de  hecho,  había  charlado  varias  veces  con  ella  tomando  una  copa.
               Rubia mechada, treinta y seis años, curvas merecedoras de babeo, atractiva
               hasta rozar lo despampanante y tan lesbiana como Maite, por desgracia para

               el  género  masculino.  Leire  era  socia  al  cincuenta  por  ciento  de  una
               inmobiliaria local que regentaba junto a su hermano, en una trasversal de la
               calle Real. Fue allí donde Maite la conoció tres años atrás, encaramada en sus
               tacones  y  con  su  melena  lacia  jugueteando  sobre  sus  hombros.  El  día  que

               descubrió que Leire bateaba con el mismo palo que ella y que, para colmo, le
               hacía tilín, se sintió ganadora del premio gordo de la lotería.
                    Juan  Antonio  la  entendía  a  la  perfección.  A  él  también  le  ponía  Leire
               Beldas.  De  hecho,  solía  dedicarle  alguna  que  otra  paja  dentro  del  marco

               incomparable de su cuarto de baño, a puerta cerrada, con Marta preguntándole
               desde el pasillo si le quedaba mucho para terminar. Ahora salgo, mi amor,
               cuando termine de ponerte los cuernos con mi imaginación.
                    —¡Hola, Leire! ¿Cómo estás? ¿Anda por ahí mi jefa?

                    —Está en la cama, Juan Antonio. Lleva varios días durmiendo muy mal, y
               ayer su médico le firmó la baja. Le han recetado unas pastillas, un complejo
               vitamínico y una buena dosis de descanso.
                    A Juan Antonio no le sorprendió demasiado. La había visto floja en los

               últimos días, aunque ella nunca le mencionó el insomnio. Muy mal tenía que
               encontrarse para no ir a trabajar.
                    —Pero aparte de eso se encuentra bien, ¿verdad? —⁠se interesó.
                                                                   ⁠
                    —Solo es agotamiento —aseguró Leire—. Esta misma mañana he ido a
               recoger  los  resultados  de  la  analítica  que  se  hizo  hace  unos  días  y  no  hay
               asteriscos sospechosos. He dejado a mi hermano a cargo de la inmobiliaria
               hasta que esté más repuesta. El médico dice que en dos o tres días estará bien.
                    Juan  Antonio  sintió  envidia  de  Maite.  Unos  días  de  relax  bajo  los

               cuidados de ese bombón debían de ser una terapia infalible.




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