Page 52 - La iglesia
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incorporó en la cama para recibir a Juan Antonio, recreándose en su rubor;
tenía las mejillas tan rojas que parecían a punto de explotar—. Anda, siéntate
aquí, conmigo. —Palmeó dos veces el colchón.
—Eres lo puto peor —le reprochó Juan Antonio, cuyo sofoco estaba lejos
de desaparecer—. ¿Cómo estás?
Leire respondió por su amiga.
—Aunque ahora mismo parezca animada, no está para muchos trotes.
Duerme a ratos, y lo hace a trancas y barrancas.
—¿No te hacen efecto las pastillas?
—Son una mierda —respondió Maite, sacudiendo la caja del
medicamento—. Tengo una amiga que es neurasténica profesional. Recurriré
a su stock.
Juan Antonio frunció el ceño.
—Mejor consúltalo con el médico. Este tipo de cosas no se pueden tomar
a lo loco.
Maite rechazó la idea con un gesto de la mano.
—Es un moñas. Seguro que me recetaría algo un poquito más fuerte, y yo
necesito algo realmente fuerte.
Juan Antonio conocía demasiado bien a Maite para perder el tiempo
dándole una charla sobre los riesgos de la automedicación. Si había decidido
probar tranquilizantes más potentes, nada de lo que le dijera la haría cambiar
de opinión. Sacó una carpeta de su bolsa y se la tendió.
—Échale un vistazo al proyecto. Como verás, recoge solo una partida de
pintura y limpieza.
A pesar de no encontrarse demasiado bien, la arquitecta lo leyó con
detenimiento, sin saltarse ni una línea. Aprobó el presupuesto calculado por
Juan Antonio, que entraba dentro de lo que tenía pendiente la Asamblea con
Fernando Jiménez.
—¿Ya has hablado con Jiménez? —le preguntó Maite a Juan Antonio.
—El martes por la mañana. Aceptó sin poner una pega. Eso es que sale
ganando.
—Seguro —rio Maite—. Es un bocazas, pero no es mal tío. Además, es
un simple trabajo de pintura, no creo que te dé la tabarra.
—Espero no tener que pedirte ninguna de tus drogas.
La arquitecta le guiñó.
—Si las necesitas, no lo dudes.
Maite terminó de leer el proyecto y se lo devolvió firmado.
—¿Cuándo empezamos? —le preguntó a Juan Antonio.
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