Page 72 - La iglesia
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La página mostró un texto escueto, sin más adorno que un fondo
amarillento que imitaba un viejo pergamino.
—¿Veis bien, o lo leo en voz alta? —preguntó Juan Antonio.
—No te molestes —dijo Ernesto—. La letra es lo bastante grande para
que lo leamos sin problemas.
El texto decía lo siguiente:
Poco se conoce acerca de Ignacio de Guzmán García. Se sabe que nació el 6 de
junio de 1667 en Sevilla, en el seno de una familia humilde. Su madre, Elisa García,
murió durante el parto, quedando el pequeño Ignacio al cuidado de su padre, un
calderero llamado Luis de Guzmán Pérez. En 1683, con 16 años de edad, entró como
aprendiz en el taller del imaginero Francisco Ruiz Gijón, donde pronto destacó entre
sus compañeros no solo por su destreza en la talla de la madera y el policromado,
sino por la excentricidad de sus obras.
Se dice que sus imágenes eran tan extrañas e inquietantes que no recibió encargo
alguno, a pesar de poseer una calidad cercana a la de su maestro. Fue por ello que
Ruiz Gijón decidió convertirlo en su ayudante, actividad con la que se ganó la vida
durante años a cambio de ver frustrada su extravagante creatividad. Al morir su
padre, en 1689, Ignacio de Guzmán transformó su casa en un taller, donde dio rienda
suelta a su vocación de imaginero en sus horas libres. Nadie pagó jamás por una de
sus esculturas.
Cuenta la leyenda que su taller, con todas sus imágenes, fue incendiado por la
Santa Inquisición al día siguiente de su arresto en 1691. Aunque este hecho nunca
pudo ser contrastado, es posible que una imagen del Ángel Caído quemada ese
mismo año en el patio del Monasterio de San Jerónimo de Buenavista formara parte
de su obra. Según el testimonio escrito de uno de los frailes partícipes de la quema,
«era una efigie tan real de Lucifer que parecía fuera a cobrar vida en cualquier
momento. Ese arte del Infierno solo pudo ser inspirado por el Demonio, que mientras
presenciaba cómo su imagen era purificada por el fuego, bramaba y blasfemaba a
través de la lengua del escultor, maldiciendo a Dios y a los hombres…».
Perea detuvo su lectura por un momento:
—Si esto es cierto, le obligaron a presenciar la destrucción de su obra.
—Lanzó un resoplido—. Es lógico que jurara en arameo: para un artista eso
debe de ser muy duro.
Se cree que Ignacio de Guzmán desapareció poco después de haber sido detenido
por la Inquisición, aunque nadie sabe con certeza cuándo y cómo murió. Mientras
unos sostienen que falleció durante su cautiverio, otros afirman que fue desterrado a
la plaza norteafricana de Ceuta, donde trabajó de ebanista tras ser obligado a
combatir contra las fuerzas de Muley Ismail durante años. Por desgracia, no se han
encontrado documentos ni obras suyas que certifiquen la veracidad de estos hechos,
por lo que ambas versiones no son más que conjeturas. Tan solo una cosa es cierta:
de haber nacido en nuestros tiempos, Ignacio de Guzmán habría dejado un legado
artístico de valor incalculable.
—¡Pudo estar en Ceuta! —exclamó Perea, cada vez más entusiasmado.
Releyó la web en voz alta—. Por desgracia, no se han encontrado documentos
ni obras suyas que certifiquen la veracidad de estos hechos. ¡Claro que la
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