Page 68 - La iglesia
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Perea clavó la vista en el padre Ernesto como si tuviera rayos X en los

               ojos.
                    —Perdone mi indiscreción, pero ¿no es usted…?
                    —Sí,  lo  soy  —respondió  Ernesto  seco  y  tajante,  aunque  el  sevillano
               pareció no captar el tono cortante de sus palabras.
                                                                     ⁠
                    —¡Ya decía yo que su cara me sonaba! —exclamó, en un tono próximo al
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               entusiasmo—.  Entre  nosotros,  en  petit  comité…  digan  lo  que  digan,  hizo
               usted  muy  bien.  Desde  que  cambiaron  las  leyes,  los  menores  se  creen
               invulnerables. Un buen cachete a tiempo es mano de santo.

                    Ernesto  no  pudo  remediar  acordarse  de  su  conversación  con  Fernando
               Jiménez en el ferry.
                    —Entre  nosotros,  en  petit  comité,  no  hice  bien.  Pero  de  todos  modos
               agradezco sus palabras. ¿Entramos?

                    —Detrás de usted, padre.
                    Caminaron en dirección al crucero donde la cripta, abierta, asemejaba la
               entrada a un refugio. Perea hizo un amago de genuflexión ante el altar mayor
               a  la  vez  que  se  santiguaba  y  Marisol  le  imitó,  solemne.  Su  padre,  a  quien

               agarraba con fuerza de la mano, mantenía sus ojos clavados en el rectángulo
               negro que se abría en mitad de la iglesia.
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                    —El  mecanismo  de  la  trampilla  está  en  la  sacristía  —informó  el  padre
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               Ernesto  al  aparejador—.  Funciona  sorprendentemente  bien.  He  cerrado  y
               abierto la cripta varias veces y va de fábula. Quien lo construyó hizo un buen
               trabajo.
                    —Hemos encendido varios portacirios —⁠dijo Félix⁠—. Ahí abajo no hay
               electricidad  y  está  más  oscuro  que  una  osera  —⁠a  continuación  se  dirigió  a

               Juan Antonio en un susurro⁠—. ¿No se asustará la cría? Lo que hay ahí abajo
               da bastante miedo…
                    —¡A mí no me da miedo nada! —⁠se defendió Marisol, que había oído al
                                                                                          ⁠
               sacerdote a pesar de que este había hablado con un hilo de voz—. ¡He visto
               tres veces Pesadilla antes de Navidad y, hace poco, Los mundos de Coraline!
                    —Buen currículum —rio Ernesto.
                    Juan Antonio lanzó una mirada de complicidad al sacerdote.
                    —No sé si ha visto los dibujos animados de ahora: son vacunas contra el

               miedo.
                    —Lo  que  hemos  encontrado  ahí  abajo  impresiona  —⁠insistió  el  padre
               Félix, levantando las cejas hacia Juan Antonio.
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                    —¡Yo quiero verlo! —insistió ella—. Además, ¿cómo va a dar miedo si
               es Jesusito?




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