Page 30 - La máquina diferencial
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Pero Rudwick apartó la vista y miró a Mick.
               —No  le  ocultaré,  señor,  mis  ansias  por  reanudar  mis  actividades  en  Texas.  —
           Frunció los labios. Tenía dientes pequeños, grisáceos, como pequeñas piedrecitas en

           una  boca  grande  y  tosca—.  Este  asunto  de  interpretar  al  león  social  de  Londres
           resulta de un aburrimiento endiablado.
               —El presidente Houston le concederá una audiencia mañana a las dos, si a usted

           le parece bien.
               Rudwick profirió un gruñido.
               —Perfectamente.

               Mick asintió.
               —La fama de su descubrimiento texano parece crecer día tras día, señor. Tengo
           entendido que el mismísimo lord Babbage se ha interesado.

               —Hemos  trabajado  juntos  en  el  Instituto,  en  Cambridge  —admitió  Rudwick,
           incapaz de ocultar una sonrisa de satisfacción—. La teoría de la Pneumodinámica...

               —Resulta —remarcó Mick— que me encuentro en posesión de una secuencia de
           chasqueo que podría divertir a su señoría.
               Rudwick pareció ofendido por estas noticias.
               —¿Divertirlo, señor? Lord Babbage es un hombre de lo más... irascible.

               —Lady Ada fue tan amable de favorecerme en mis esfuerzos iniciales...
               —¿Favorecerlo? —espetó Rudwick con una repentina y desagradable risotada—.

           ¿Se trata entonces de algún sistema de juegos de azar? Más le vale a usted que lo sea,
           si es que espera captar la atención de la dama.
               —En absoluto —replicó Mick de forma concisa.
               —Su  señoría  elige  extrañas  amistades  —opinó  Rudwick  mientras  echaba  una

           larga y triste mirada a Mick—. ¿Conoce a un hombre llamado Collins, al que llaman
           creador de probabilidades?

               —No he tenido el placer.
               —El tipo la acosa como un rufián a una prostituta —dijo Rudwick mientras su
           rostro quemado por el sol enrojecía aún más—. Ese hombre me hizo la más increíble
           de las proposiciones.

               —¿Y...? —dijo Mick con delicadeza.
               Rudwick frunció el ceño.

               —Se me antojaba que podría usted conocerlo. Parece de la clase que bien podría
           moverse en sus círculos...
               —No, señor. Rudwick se inclinó hacia delante.

               —¿Y qué hay de otro caballero, señor Radley, de largos miembros y ojos fríos, y
           del que creo que ha estado siguiendo todos mis movimientos de un tiempo a esta
           parte? ¿Podría ser, quizá, un agente de su presidente Houston? Parecía rodearlo un

           aire texano.




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