Page 33 - La máquina diferencial
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una niña pequeña con un chal y una camisa larga bordada; después, otras dos niñitas
conducidas por su institutriz, una mujer delgada de nariz aguileña y ojos acuosos que
se sonaba la nariz con un pañuelo; después llegó el hijo mayor, con una sonrisa
ladeada; después el papá, con chaqueta elegante, bastón y mostacho; y por último la
gruesa mamá, con sus grandes sortijas y un sombrero grande y feo, así como tres
anillos de oro en sus dedos blandos y fofos. Por fin se sentaron todos entre el frufrú
de los abrigos y chales, y la masticación de las pieles de naranja caramelizadas.
Estaban patentemente bien educados, y en vías de mejorar. Limpios, aseados y
prósperos, con sus cómodas ropas confeccionadas por máquinas.
Un tipo con anteojos y aspecto de chasqueador tomó el asiento junto al de Sybil.
Se había afeitado parte de la frente para sugerir intelecto, y parecía tener una banda
azulada bajo el flequillo. Leía el programa de Mick al tiempo que lamía una gota de
limón acidulada. Más allá había un trío de oficiales, llegados de permiso desde
Crimea. Parecían muy satisfechos de sí mismos al acudir a oír hablar de la anticuada
guerra de Texas, librada al modo de antaño. Había otros soldados dispersos entre la
multitud, con sus abrigos rojos. Eran del tipo respetable, de los que no se daban a las
putas y la ginebra, sino que ahorraban la paga de la reina, aprendían aritmética de
artillería y regresaban para trabajar en los ferrocarriles y astilleros, y así mejorarse a
sí mismos.
Lo cierto era que el lugar estaba lleno de gente respetable: tenderos, encargados y
drogueros, con sus aseadas esposas y novias. En los tiempos de su padre aquellas
gentes, las gentes de Whitechapel, habían sido tipos iracundos, macilentos y
desastrados, con palos en las manos y puñales al cinto. Pero las cosas habían
cambiado con los radicales, y ahora incluso en Whitechapel había mujeres de cara
lavada y vestidos con lazos, acompañadas por hombres fuertes y atentos al reloj que
leían el Diccionario de conocimientos útiles y el Diario de perfeccionamiento moral.
Hombres que trataban de mejorar.
Entonces la luz de gas se atenuó en sus anillos de cobre y la orquesta se lanzó a
una ramplona interpretación de Come to the Bower. La luz de calcio se encendió con
un soplo y el telón se abrió para mostrar la pantalla de un quinótropo. La música
ocultaba los chasquidos que los quinobits producían al girar hasta colocarse en
posición. En los bordes de la pantalla, adornos y perifollos crecían poco a poco como
escarcha negra. Lentamente se fueron formando unas letras altas en un elegante
alfabeto de tipos goticomecánicos con bordes afilados, negro sobre blanco:
«Ediciones
Panoptique
presenta»
Debajo del quinótropo, Houston entró en el escenario por la izquierda. Era una
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