Page 32 - La máquina diferencial
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en Europa durante quinientos años, y funciona todavía mejor en América. Unión,
Confederación, repúblicas de Texas y de California... Cada una recibe por turno el
favor británico, hasta que se vuelven demasiado osadas, demasiado independientes, y
entonces se les bajan los humos. Divide y vencerás, cariño. —El extremo prendido
del cigarro de Mick brillaba en la oscuridad—. De no ser por la diplomacia británica,
por el poder de la Gran Bretaña, América podría ser una única y gigantesca nación.
—¿Y qué hay de tu amigo el general? ¿De verdad nos ayudaría?
—¡Ahí está lo mejor! —declaró Mick—. Los diplomáticos pensaron que Sam
Houston era un poco duro de mollera, no se preocuparon por algunas de sus acciones
y políticas, no lo respaldaron con la fuerza que hubieran debido emplear. Pero la junta
texana que lo reemplazó resultó mucho peor. ¡Era abiertamente hostil a los intereses
británicos! Sus días están contados. El general ha tenido que frenarse un poco aquí,
en su exilio inglés, pero ya va de vuelta a Texas para recuperar lo que es suyo por
derecho. —Se encogió de hombros—. Debería haber sucedido hace años. ¡Nuestro
problema es que el Gobierno de su majestad no sabe lo que quiere! Está dividido en
facciones. Algunas no confían en Sam Houston, pero los franceses nos ayudarán
como sea. Sus clientes mexicanos tienen una guerra fronteriza con los texanos.
¡Necesitan al general!
—Entonces, ¿vas a la guerra, Mick? —A Sybil le costaba imaginar al dandi Mick
liderando una carga de caballería.
—A un coup d’état, más bien —le aseguró él—. No veremos mucha sangre. Soy
el brazo político de Houston, ¿entiendes?, y eso seguiré siendo, pues soy quien ha
organizado este ciclo de charlas por Londres y Francia, y soy quien ha propiciado
ciertas aproximaciones que han resultado en que el Emperador de Francia le conceda
una audiencia. —¿Sería verdad todo aquello?— Y también soy quien ejecuta para él
en los quinos lo mejor y más nuevo de Manchester, quien dora la píldora a la prensa y
a la opinión pública británica, quien contrata a los que pegan los carteles... —Dio una
calada al cigarro mientras con la otra mano le acariciaba el pubis. Sybil le oyó
exhalar una gran nube satisfecha de humo dulzón.
Pero no debía de tener ganas de hacerlo otra vez, al menos en ese momento,
porque ella no tardó en caer dormida y empezar a soñar. A soñar con Texas, una
Texas de suaves colinas, ovejas felices y mansiones grises cuyas ventanas
resplandecían bajo el sol del atardecer.
Sybil ocupaba una butaca de pasillo en la antepenúltima fila del Garrick, y pensaba
con desdicha que el general Sam Houston, ex presidente de Texas, no atraía a
demasiada gente. Los asistentes entraban poco a poco mientras la orquesta de cinco
hombres probaba y afinaba sus instrumentos. Una familia se estaba sentando delante
de ella: dos chicos con chaquetas y pantalones azules, el cuello de la camisa bajado;
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