Page 338 - La máquina diferencial
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Manchester,  las  clases  trabajadoras,  inspiradas  por  las  ideas  de  Babbage  sobre
           propiedad comunitaria y cooperativismo, tomaron las calles, antorcha en mano, con
           enormes  manifestaciones.  El  Partido  Radical  Industrial,  contrario  a  la  violencia,

           apelaba al uso de la persuasión moral y a una campaña masiva y pacífica de quejas.
           Pero el Gobierno se mantuvo en sus trece y la atmósfera fue enrareciéndose. En una
           espiral  creciente  de  indignación  popular,  las  «bandas  del  garrote»  de  los  medios

           rurales  y  los  grupos  de  luditas  proletarios  empezaron  a  atacar  tanto  las  mansiones
           aristocráticas  como  las  fábricas  capitalistas.  En  Londres,  las  turbas  destrozaron  a
           pedradas las ventanas de las casas del duque de Wellington y otros señalados tories y,

           piedra en mano, organizaron pequeños comités de recepción que aguardaban el paso
           de los carruajes de las elites. Los obispos anglicanos, que habían votado en contra de
           la reforma en la Cámara de los Lores, fueron quemados en efigie. Diversos grupos de

           conspiradores ultrarradicales, inflamados hasta el frenesí por las violentas diatribas
           del conocido ateo P. B. Shelley, atacaron y saquearon varias iglesias.

               El 12 de diciembre, lord Byron presentó una nueva Ley de Reforma, más radical
           aún  que  la  anterior,  que  proponía  el  desmembramiento  del  sistema  británico  de  la
           aristocracia hereditaria, medida que le habría afectado a él mismo. Esto era más de lo
           que  podían  soportar  los  tories,  y  Wellington  se  involucró  secretamente  en  la

           planificación de un golpe militar.
               La  crisis  había  polarizado  a  la  nación.  En  esta  encrucijada,  las  clases  medias,

           aterradas por la perspectiva de la anarquía, movieron ficha y se pusieron del lado de
           los radicales. Se declaró una huelga fiscal con el objeto de obligar a Wellington a
           dimitir. Se produjo un movimiento colectivo y deliberado hacia los bancos, en el que
           los mercaderes exigieron la entrega de las reservas de oro, lo que provocó una parada

           estrepitosa de los engranajes de la economía nacional.
               En  Bristol,  después  de  tres  días  de  grandes  disturbios,  Wellington  ordenó  al

           ejército  que  sofocara  el  «jacobinismo»  a  cualquier  precio.  En  las  masacres  que  se
           produjeron a continuación, tres destacados miembros del Partido Radical perdieron la
           vida. Al recibir la noticia sobre la masacre, un enfurecido Byron, que a estas alturas
           se  hacía  llamar  «ciudadano  Byron»,  apareció  sin  levita  ni  corbata  en  una

           manifestación  celebrada  en  Londres,  donde  llamó  a  la  huelga  general.  La
           manifestación  fue  disuelta  por  la  caballería  tory  con  sangrientos  resultados,  pero

           Byron logró escapar. Dos días después, la nación estaba sometida a la ley marcial.
               En el futuro, el duque de Wellington dirigiría su considerable genio militar contra
           sus  propios  compatriotas.  Los  primeros  levantamientos  contra  el  régimen  tory  —

           como, en justicia, se le debe llamar ahora— fueron rápida y eficazmente sofocados, y
           las  autoridades  emplazaron  guarniciones  permanentes  en  todas  las  ciudades
           importantes. El ejército permaneció leal al vencedor de Waterloo y la aristocracia,

           para su descrédito, unció también su carro al del duque.




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