Page 334 - La máquina diferencial
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muchachos  tan  escasamente  vestidos  como  ella.  Oliphant  se  sintió  completamente
           perdido.
               —Vamos  —dijo  Sybil—.  Son  estudiantes  de  arte  y  han  estado  en  un  bal.  En

           Montmartre, ¿sabe usted? Los estudiantes se lo pasan en grande haciendo locuras.




           Oliphant había acariciado la romántica idea de entregar personalmente a Egremont

           una  trascripción  del  testimonio  de  Sybil  Gerard.  Pero  al  llegar  a  Inglaterra,  los
           síntomas  de  la  sífilis  avanzada  que  el  doctor  McNeile  había  diagnosticado

           incorrectamente  como  columna  ferroviaria  lo  indispusieron  temporalmente.
           Disfrazado  de  viajante  de  comercio  de  la  Alsacia  natal  de  M.  Arslau,  Oliphant  se
           ocultó  en  un  balneario  de  Brighton,  para  tomar  las  aguas  y  enviar  una  serie  de

           telegramas.




           El señor Mori Arinori llega a Belgravia a las cuatro y cuarto, en un nuevo modelo de

           coche Céfiro que ha alquilado en un garaje de Camden Town, al mismo tiempo que
           Charles  Egremont  sale  para  el  Parlamento,  donde  tiene  que  dar  un  importante
           discurso.

               El guardaespaldas de Egremont, un hombre del departamento de Antropometría
           criminal de la Oficina Central de Estadística, con una carabina automática debajo del

           abrigo, observa cómo Mori, una figura diminuta en traje de noche, baja del Céfiro.
               Mori  avanza  en  línea  recta  sobre  la  nieve  recién  caída  y  sus  botas  dejan  unas
           huellas perfectas sobre el negro pavimento de macadán.
               —Para usted, señor —dice, antes de hacer una reverencia y entregarle a Egremont

           el adusto sobre de Manila—. Que pase usted un buen día, señor. — Vuelve a bajarse
           las gafas con su cinta elástica y regresa al Céfiro.

               —Qué personajillo más peculiar —dice Egremont mientras baja la mirada hacia
           el sobre—. Nunca había visto a un chino vestido así...
               Retrocede.
               Regresa. Se aleja sobre el negro patrón de las huellas,

               por las calles nevadas,
               se adentra en el gran mapa de Londres,

               y olvida.
















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