Page 331 - La máquina diferencial
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acto,  pero,  tras  un  leve  estremecimiento  que  le  recorrió  el  cuerpo,  se  limitó  a
           estudiarlo en silencio por un momento.
               —Lo vi en el hotel Grand’s aquella noche —dijo—. Estaba usted en la sala de

           fumadores, con Houston y... Mick. Tenía un brazo en cabestrillo.
               —Por favor —le pidió él—. Siéntese conmigo. Sentado frente a ella en su mesa,
           Oliphant escuchó cómo pedía un absenthe de vindageur en un francés pasable.

               —¿Conoce usted a Lamartine, el cantante? —preguntó.
               —No, lo siento.
               —Él  la  inventó,  la  «absenta  del  carroñero».  Es  lo  único  que  puedo  beber.  El

           camarero regresó con la bebida, una mezcla de absenta y vino tinto.
               —Theo me enseñó a beberla —dijo— antes de... marcharse. —Tomó un sorbo y
           el vino tinto le dejó una mancha roja en los labios pintados—. Sé que ha venido para

           llevárseme. No trate de negarlo, reconozco a un polizonte cuando lo veo.
               —No tengo el menor deseo de verla de regreso en Inglaterra, señorita Gerard...

               —Tournachon. Me llamo Sybil Tournachon. Francesa por matrimonio.
               —¿Su marido se encuentra aquí, en París?
               —No —dijo ella mientras levantaba un medallón ovalado de acero colgado de
           una  cinta  negra.  Lo  abrió  con  un  movimiento  rápido  y  le  enseñó  a  Oliphant  un

           daguerrotipo con un retrato en miniatura de un apuesto joven—. Aristide. Cayó en
           Filadelfia, en el gran incendio. Se presentó voluntario para luchar por la Unión. Era

           de verdad, ¿sabe usted? Me refiero a que existió de verdad, no era un invento de los
           chasqueadores.  —Contempló  la  pequeña  imagen  con  una  mezcla  de  nostalgia  y
           tristeza, aunque Oliphant se dio cuenta de que nunca en toda su vida había puesto los
           ojos sobre Aristide Tournachon.

               —Un matrimonio de conveniencia, imagino.
               —Sí. Y usted ha venido para llevárseme.

               —En absoluto, señora... Tournachon.
               —No le creo.
               —Debe hacerlo. Muchas cosas dependen de ello, entre ellas su propia seguridad.
           Desde  que  usted  se  marchó  de  Londres,  él  se  ha  convertido  en  un  hombre  muy

           poderoso  y  peligroso.  Tan  peligroso  para  el  futuro  de  la  Gran  Bretaña  como  para
           usted misma.

               —¿Charles? ¿Peligroso? —Por un instante pareció a punto de echarse a reír—. Se
           burla usted de mí.
               —Necesito  su  ayuda.  Desesperadamente.  Tan  desesperadamente  como  usted

           necesita la mía.
               —¿De veras?
               —Egremont tiene grandes recursos a su disposición, departamentos del Gobierno

           que son perfectamente capaces de encontrarla aquí.




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