Page 14 - Libro de Filosofía II
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última, la condición de toda experiencia, categorías transcendentales. De ahí el
nombre que Kant dio a su filosofía: “idealismo transcendental”, vale decir, un
idealismo según el cual, las formas a priori de la conciencia preceden a la
experiencia y la condicionan. De ese modo, el conocimiento separa al hombre de la
naturaleza en lugar de unirlo a ella. Kant suministró a la filosofía burguesa las armas
de la teoría de la incognoscibilidad del mundo, que los filósofos reaccionarios de
todo pelaje utilizan todavía hoy, para luchar contra el materialismo y defender el
fideísmo (ver). Fue él quien lanzó el principio idealista según el cual, el
entendimiento dicta sus leyes a la naturaleza. Todo el cuadro de la naturaleza, tal
como ésta se presenta ante el conocimiento humano, sería una construcción
subjetiva de la inteligencia. Según Kant, la unidad de la naturaleza reside no en su
materialidad, sino en la unidad del sujeto cognoscitivo, del “Yo”. Todas las tentativas
de la razón para salir de los límites de la experiencia subjetiva, la conducen
inevitablemente a contradicciones insolubles: se obtienen antinomias, las
contradicciones dialécticas del entendimiento consigo mismo. Aquí aparecen ciertos
elementos importantes de la dialéctica, propios de Kant, que desempeñaron luego
un gran papel en el desarrollo ulterior de la dialéctica en la filosofía alemana. Pero
Kant consideraba esas contradicciones como un error, como una ilusión, y no como
el reflejo de las contradicciones reales del mundo exterior. Todas las
consideraciones de Kant sobre el carácter contradictorio de la razón, sobre las
antinomias (ver) confluyen a la defensa del agnosticismo (ver). Al igual que toda la
filosofía de Kant, su teoría del conocimiento fue una reacción ante el materialismo
francés; con ella, Kant se proponía restaurar el idealismo, rehabilitar a Dios y la
religión, bastante quebrantados bajo los golpes de los materialistas. Kant conciliaba
el conocimiento con la religión. Su teoría del conocimiento se propone limitar los
derechos de la razón, dejar un lugar a Dios más allá del conocimiento. “Tuve que
hacer lugar a la fe, poniendo un límite al conocimiento”, escribe en el prefacio a La
crítica de la razón pura. En su doctrina ética, estimaba necesario, a fin de sostener
la moralidad, reconocer la existencia de Dios y la inmortalidad del alma.