Page 28 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               sosteniendo a ti o tú a ella, porque los dos habéis bebido demasiado y os estáis haciendo la
               mejor compañía.
                     —Pero, Faiz, lo de la pierna, ¿te lo hizo una cuchillada, o un caballo?
                     —Si  me permites decirlo, reyecito, oportunamente fue de una cuchillada y de un
               caballo —aclaró con un tono de reproche—. Cuando uno defiende la santa religión en una
               guerra santa, uno ha de estar dispuesto a perder dos, tres, y hasta cuatro piernas por las
               causas que sean y en cualquier coyuntura.
                     Comprobé que no era amigo de mi padre, ni siquiera conocido, cuando vi una mañana
               acercarse al sultán.
                     Yo me escondí detrás de un ciprés grueso, aunque no estaba seguro de que mi padre
               me reconociera a mí tampoco. Faiz se quedó inmóvil, como aterrorizado, con la vista en el
               suelo, y dobló la cintura al paso del sultán, que lo miró al pasar con la indiferencia de quien
               mira un montón de estiércol dispuesto para abonar un arriate.
                     —¿Ves? —me dijo Faiz nada más perderse el cortejo—. Me ha dicho con los ojos que
               no ha olvidado mis hazañas y que cómo ando de la pierna.  Yo le he contestado que
               muchísimo mejor; que sólo me molesta cuando va a cambiar el tiempo, aunque a veces me
               duele el pie que ya no tengo, lo cual no deja de ser  una curiosa extravagancia de la
               Naturaleza. Y tu padre me ha replicado que el año próximo me mandará a Alhama, porque
               las aguas de sus baños son muy benéficas para estos alifafes de las piernas cortadas.

                     Yo, que en aquella época tenía de mi abuelo una gloriosa idea, insistía con torpe y
               desagradable frecuencia:
                     —Dime a quién prefieres tú: ¿a mi abuelo o a mi padre?
                     Hasta que un día, después del almuerzo,  Faiz, dando un golpe con  la azada en la
               tierra y apartándome con cierta violencia del paseo, me soltó:
                     —Óyeme, reyecito. El Profeta, Dios lo tenga en el Paraíso rodeado de toda su bendita
               familia, autoriza (llegado el caso, que llega más de prisa y en mayor número de lo que se
               cree) la taquiya, o sea, la negación, no sé si me permites decírtelo, la negación, reyecito, de
               tus más redomadas convicciones. La negación pura y simple, así como suena. Porque el
               viernes y las convicciones se han hecho en bien del hombre, no el hombre en bien de las
               convicciones ni del viernes. La moralidad más alta, oportunamente lo sabrás, hijo mío, la
               más altísima, es la que más favorece al que la tiene. Si hay que traicionar para conseguir lo
               que tú te propones, ¿qué le vamos a hacer? No siempre es posible avanzar en línea recta.
               Los que hemos hecho la guerra santa lo sabemos muy requetebién: lo importante es ganar.
               Si hay que mentir al enemigo, se le miente. Se engaña a quien sea preciso. Uno, en tierra
               de cristianos, para salvar la vida, puede pedir el bautismo y renegar.
                     De mentira, claro: ¿quién va a querer convertirse en semejante porquería?  Lo que
               ocurre es que la vida está por encima de todo. Hay que ser falso para ser decente, y apoyar
               la falsedad en el Corán, reyecito, sin salirse de él nunca.
                     Disimular, canturrear, mirar a otra parte, a estas hojitas tan verdes, ¿ves?, que tienen
               por debajo de las grandes casi todas las plantas... Con la verdad verdad, si me permites, no
               se va a ningún sitio. No sé si me he explicado.
                     Pues eso: yo he preferido siempre a tu abuelo y a tu padre; pero al que prefiero de
               todos, reyecito, es a ti.

                     Como me hablaba muy poco de plantas, salvo cuando comparecía el médico Ibrahim,
               me acuerdo muy bien de una vez en que me habló de ellas, y me explicó el calendario de
               los jardineros, que es el calendario solar de los cristianos.
                     ‘Porque —decía— el lunar sólo  sirve para viajes y caravanas y  guerras, y  los
               jardineros no pueden viajar nunca, ni los cojos pueden ir a la guerra.’
                     —En enero se recolecta la caña de azúcar. En febrero se injertan manzanos y perales.
               En marzo se planta la caña, y el algodón también, y salen de sus huevecillos negros los
               gusanos de seda. En abril aparecen como loquitas las rosas y las violetas; se plantan las
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