Page 41 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Una serie de reglas prácticas, devociones o supersticiones para ganarse el Paraíso;
               una serie  de amenazas y prohibiciones para  evitar el mal físico, y, por fin, una  serie de
               procedimientos con que conquistar el dominio social. Eso es la religión para nosotros.
                     Y la otra afirmación es que la superioridad literaria de los judíos andaluces sobre los
               de otros países se debe, sí, a que son descendientes de las tribus de Judá y Benjamín; pero
               aún más que a eso, al profundo aprendizaje de la lengua arábiga, que había enriquecido y
               ampliado la suya.  Ibrahim, él mismo, era la demostración de cuanto decía: un hombre
               exquisita y firmemente religioso, que hablaba un bello árabe clásico, pero salpicado por las
               deslumbrantes locuciones y los hallazgos del árabe popular (con el acento de Imala, con el
               que aquí lo pronunciamos), y aderezado con numerosas expresiones romances.
                     —Al fin y al cabo —afirmaba—, un idioma ha de servir para entenderse con los otros,
               no para ocultarse detrás de él.

                     —¿Quiénes son los judíos?
                     ¿Qué hay que hacer, o dejar de hacer para ser judío? —le preguntaba yo.
                     —Está claro, jovencito: haber nacido de madre judía, o haberse convertido al
               judaísmo. Pero, si quieres saber mi opinión, en el fondo, todas las religiones son la misma.
               Al menos, las tres que cohabitan en Granada. Su diferencia depende de dónde se detengan,
               de quiénes sean sus últimos profetas.
                     Para nosotros, los del Antiguo Testamento; para los cristianos, Jesús; para vosotros,
               Mahoma.
                     Por eso muchas veces me asalta la duda de si yo soy un auténtico ortodoxo; aunque
               espero en  Dios que así sea, pero en el buen sentido  de la palabra.  Yo le temo a los
               ortodoxos, porque suelen convertirse en fanáticos.  Acuérdate de los almorávides: para
               nuestra cultura y nuestra tranquilidad fueron como un martillo.  En la biblioteca de la
               Alhambra existe la copia de un libro escrito por el último rey zirí, que deberías leer por si un
               día te encuentras en el mismo aprieto.  A él le arrebataron  Granada los ortodoxos, y lo
               desterraron a  África.  No lo olvides,  Boabdil.  Abdalá fue también su nombre.  Vivió hace
               exactamente cuatro siglos.
                     —Si es como dices, ¿qué diferencia hay entre las religiones para que sean  tan
               incompatibles?
                     —Quizá ellas no lo son, sino nosotros. Ahí está mi peligro de heterodoxia. Después
               del exilio del pueblo judío a Babilonia, en el que no cantábamos porque no éramos libres y
               colgamos nuestras cítaras de los árboles; después de la destrucción del primer templo,
               surgió entre los judíos el temor a ser asimilados, a que se nos borrara como pueblo por la
               importancia de los vencedores, o por la importancia del helenismo en tiempo de los
               Macabeos.  Por eso nuestro fin principal fue la continuidad, nuestra preservación como
               pueblo con características propias y singularidades. Y para ello se insistió, sobre todas las
               cosas, en las prohibiciones, paralizando la evolución. En tales circunstancias, imagínate qué
               tragedia supuso la destrucción del segundo templo por los romanos. Ello confirmó nuestros
               temores.  Pudimos haber aceptado la doctrina de  Jesús;  pero sus seguidores gentiles la
               hicieron antagónica del espíritu hebreo, y, por si fuera poco, mi pueblo perdió la tierra
               prometida.  Tuvimos que defendernos, agruparnos, encerrarnos alrededor de  nuestros
               rabinos: el Talmud fue nuestra patria, el sustituto del suelo de la patria.
                     Como lo fue Sefarad, es decir, Al Andalus, desde hace muchos siglos. Hijo, el pueblo
               judío se ha visto obligado a luchar, a lo largo de toda la Historia, por seguir siendo él mismo.
               Nuestra religión no es dogmática como la cristiana, ni reglamentadora de comportamientos
               como el  Islam; nuestra religión es política: ha llegado a ser sólo política.  Vosotros y los
               cristianos creéis que nos empujáis y reducís a un barrio, a una comunidad, a un gueto. No
               es cierto: somos nosotros los que nos reducimos para guardarnos las espaldas unos a otros,
               para fortificarnos; porque, apiñados, nos defenderemos mejor de los contagios y las
               infiltraciones, resguardaremos mejor nuestra inmutabilidad. Ser judío, Boabdil, es luchar sin
               tregua por seguir siéndolo de la manera más rigurosa posible. Y por intentar a toda costa
               mantenernos indigeribles, es por lo que perpetuamente seremos expulsados del cuerpo que

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