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JESÚS — UN MAESTRO VERDADERAMENTE DEFINITIVO

                                                      Lección 17

                                             «…Edificaré mi iglesia»


                                                  (Mat. 16:13-20)



                  El abordaje asertivo, confiado y definitivo de la vida que tenía Jesús acerca de la vida y la religión
                  es evidente en todas las narrativas de los evangelios. Mateo 16 provee varios de estos ejemplos.
                  En 16:12, Él advierte a los discípulos que se cuidaran de la enseñanza de los fariseos y saduceos.
                  Note que advertir a la gente acerca de la falsa doctrina y de estar en guardia contra ésta es imitar
                  a Cristo. Note también que Cristo espera que reconozcamos la diferencia entre la verdad y la
                  falsedad. Dios nos encarga que hagamos tal distinción (Prov. 14:15; Ro. 12:9; 1 Tes. 5:21; 1 Jn.
                  4:1), que defendamos lo correcto (Hch. 15:2; Filp. 1:17; 1 Pe. 3:15) y que nos opongamos al error
                  (Ef. 5:11; 1 Tim. 5:20; 2 Tim. 2:25; Tito 1:13).

                  Cuando Jesús planteó la pregunta: « ¿Quién dicen los hombres que soy yo?», los discípulos
                  resumieron  varias  de  las  teorías  más  populares  que  circulaban  en  el  pueblo  acerca  de  Su
                  identidad. Entonces Jesús les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», y Pedro proveyó
                  la respuesta definitiva: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Jesús alabó la respuesta
                  franca y directa de Pedro y pasó a reafirmar la certeza y finalidad de la misma. Sobre la verdad
                  de la declaración de Pedro (a saber, que Cristo es el Hijo de Dios), Jesús establecería su iglesia y
                  nada (ni Su muerte y entrada al Hades) podrían evitar que lo hiciera. Las intenciones de Jesús
                  fueron «puestas en concreto» y no iba a ser disuadido, sin importar cuán violentamente lo
                  atacara la oposición. A pesar de la «mordida» de Satanás (Gén. 3:15), Él estableció la iglesia tal
                  como lo había predicho (Mat. 16:18; Hch. 2). Pedro y los Once declararon las condiciones para
                  entrar (Mat. 16:19; Hch. 2:14-38). Lo que ellos predicaran de allí en adelante ya había sido
                  autorizado  por  Dios  mismo  (Mat.  16:19).  Estas  declaraciones  no  son  equivalentes  a  las
                  exposiciones  poco  entusiastas,  debiluchas  y  ambiguas  que  caracterizan  a  muchos
                  predicadores/maestros en la iglesia hoy. En efecto, Jesús dijo con respecto a su reino: «¡Esta es
                  la manera como va a suceder!», ¡y sucedió exactamente de esa manera!

                  Cuando Jesús vio que muchos de sus discípulos se iban, porque no estaban dispuestos a soportar
                  sus «duras palabras», en lugar de cambiar Su táctica, de alterar Su «método», o de correr tras
                  ellos ofreciéndoles cumplir «sus necesidades», Él se volvió hacia los apóstoles y los desafió:
                  «¿Acaso queréis vosotros iros también?» (Jn. 6:60, 66-67). Les advirtió que si ellos se conducían
                  de la misma manera en la que Él se había conducido como predicador/maestro, serían odiados
                  y maltratados como Él lo había sido (Jn. 15:18-20; 16:2; Mat. 10:22; Lc. 6:22-23). No obstante,
                  ellos tenían que mantenerse firmes e inflexibles. Como Juan el Bautista, ellos no debían ser
                  «sacudidos por el viento» (Lc. 7:24; comp. Ef. 4:14). Cuando el mensaje de Jesús y sus principales
                  afirmaciones de la verdad «ofendieron» a algunos (Mat. 15:12), sin ambigüedad alguna tildó a
                  los  ofendidos  como  «ciegos»  (Mat.  15:14).  El  amor  de  Esteban  por  sus  hermanos  era
                  incuestionable (Mat. 7:60). Sin embargo, él denunció la inaceptable condición espiritual de ellos
                  en términos tajantes (Hch. 7:51-53). Él simplemente estaba imitando el ejemplo de su Salvador
                  (Jn. 13:15). De hecho, Jesús declaró de manera definitiva que algunas personas no pueden ser
                  salvos  (Mat.  5:20;  Lc.  13:3;  Jn.  3:5;  8:24).  Sus  fieles  seguidores  también  fueron  definitivos,
                  directos y «estrechos» (4:12; Hch. 8:20-23; 13:10).




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