Page 63 - Tito - El martirio de los judíos
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Capítulo 10




                HABÍA asistido en Galilea a las masacres que conlleva la guerra, pero
                había olvidado la crueldad, la ambición y la envidia, el vicio, las
                perversiones, la delación, la cobardía y el miedo que impregnaban la
                corte de Nerón como otros tantos venenos mortales.

                Me volví a topar con ellos nada más entrar en el palacio de Corinto,
                donde residía el emperador.


                Los pretorianos que estaban de guardia me miraron de hito en hito, con
                la espada medio desenvainada. Sus centuriones, germanos de gélida
                mirada, me interrogaron. Y sabía que habría bastado una mirada de
                Nerón o de su prefecto del pretorio, Tigelino, para que me mataran. Por
                fin me permitieron entrar en las grandes salas donde se hallaban los
                libertos de Nerón, Epafrodio y Faón, su esposa, Statilia Mesalina, y su
                intendente de placeres, Calvína Crispinila.


                Me rodearon.

                Acababa de llegar de Judea. ¿Por qué se estaba prolongando la guerra?
                ¿Acaso los judíos eran más valerosos que los soldados de Roma?


                Pretendieron inquietarme.

                Nerón sospechaba que el entorno de Flavio Vespasiano y Tito estaba
                conspirando contra él. ¿No había sido yo amigo de Séneca? ¿Era cierto
                que Flavio Vespasiano trataba como a un huésped notable a ese general
                judío que había luchado contra las legiones romanas y las había
                mantenido en jaque durante casi dos meses en Jotapata? ¿Era Tito
                amante de la reina Berenice? ¿Para qué hacer la guerra a los judíos y
                vencerlos, si luego se hacía caso de sus profecías, se metía a sus
                mujeres en el propio lecho y hasta se respetaba a su dios; si, como Tito
                había hecho, se ensalzaba su valor, asegurando que luchaban por su
                libertad y su patria?


                Me susurraron:

                —O sea, que Nerón desconfía de Vespasiano, de Tito y de ti, Sereno.


                El emperador había formado una legión de gigantes compuesta por
                soldados de más de seis pies; a la que había llamado la «Falange de
                Alejandro», pero Vespasiano y Tito le estaban impidiendo llevar a cabo
                su gran proyecto hacia el Indo al prolongar la guerra en Galilea y en
                Judea.







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