Page 64 - Tito - El martirio de los judíos
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Me repetían que Nerón no era de los que aceptaban que se opusieran
insidiosamente a sus proyectos.
Querían amedrentarme, convertirme en delator.
Se hacían preguntas acerca de ese general judío —Josefo, no es así?—
que había sido recibido en otros tiempos por Popea, al que el propio
Nerón había otorgado favores, incluida la liberación de rabinos. ¿Así
que ese Josefo había prometido el Imperio a Flavio Vespasiano? ¿Y cuál
era la jugada que esperaba Berenice? ¿Querían los judíos hacerse con el
poder en Roma?
Empecé a ser presa del miedo.
Descubrí que los espías pululaban alrededor de Vespasiano y de Tito,
que rumores, acusaciones, calumnias infestaban el entorno de Nerón.
Reconocí a Sporo y a Pitágoras, quienes se entregaban con él a todas
las perversiones, uno «esposa» y el otro marido del emperador. Y vi,
rozándolos con sus cuerpos perfumados y lisos, a jóvenes griegos de los
que no se sabía su sexo. Pero ya sabía que eso tenía poca importancia
para Nerón.
A la Bestia le gustaba revolcarse en la ciénaga de los vicios, y cada
noche había que inventarle algunos nuevos para que el emperador
pudiese alcanzar ese gozo extremo que, según decían, inspiraba su arte.
Me acerqué a Nerón.
Estaba tumbado, con la frente ceñida por una corona olímpica hecha de
hojas de olivo y de laurel. Estaba punteando las cuerdas de su cítara y
cantando con una voz tan dulce que no parecía proceder de él, por lo
flácidos, abotagados y feos que se le habían quedado el cuerpo y el
rostro.
Se llevó su esmeralda al ojo derecho, luego al izquierdo, y me observó:
—¿Te envía Vespasiano?
Le contesté que traía al emperador del género humano, de parte del
general de sus legiones, la noticia de las victorias en Galilea y en Judea,
y el envío de seis mil esclavos para la perforación del istmo de Corinto,
siendo Flavio Vespasiano sabedor de que se trataba de uno de los
grandes proyectos del emperador.
Nerón puso cara de asco.
—¿Seis mil esclavos, y a cuántos judíos ha perdonado la vida?
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