Page 71 - Tito - El martirio de los judíos
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Capítulo 12
VI cómo la muerte vengadora se iba acercando a Nerón en esos meses
de primavera de su decimocuarto año de reinado.
A medida que se extendía su sombra, invadiendo poco a poco las salas
del palacio imperial, iban abandonando éste los cortesanos, libertos,
maridos y esposas de Nerón, sus cómplices y compañeros de desenfreno
y de crímenes, sus pretorianos.
Observaba su rostro sembrado de tics. Le temblaba el cuerpo y, de
repente, se dejaba llevar por la ira.
Rompió la carta que le anunciaba que el legado de la legión romana de
África, Macer, había despedido al cónsul, rechazando de ese modo la
autoridad de Nerón.
El emperador se levantó de un salto, volcó la mesa y cayeron al suelo
las dos copas talladas en las que le gustaba beber y que llamaba
«homéricas» por las escenas de Homero representadas en ellas.
Luego, caminando pesadamente, con la cabeza caída sobre el pecho,
convocó a la vieja Locusta, la envenenadora, y le reclamó un veneno
que guardó en una caja de oro.
Apretó bruscamente los puños, los esgrimió, diciendo que iba a reunir
una flota en Ostia, que huiría de Italia hasta Alejandría tras haber
obtenido del pueblo que lo nombraran prefecto de aquella provincia.
Estuvo un rato divagando, con los ojos cerrados, y luego preguntó a los
centuriones y a los tribunos de la guardia pretoriana si estaban
dispuestos a acompañarlo.
Se escabulleron como pudieron, salieron de la sala, y uno de ellos le
soltó con desprecio ese verso de Virgilio:
¿Tanta desgracia es morir?
Nerón miró a su alrededor, despavorido.
Llamó a Tigelino, prefecto del pretorio, jefe de los delatores y de los
matones, el gran ejecutor, el hombre que torturaba personalmente a los
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