Page 70 - Tito - El martirio de los judíos
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Y dudaba más que nunca de la fidelidad de Vespasiano, de Tito, de
Tiberio Alejandro.
Yo era uno de los sospechosos; yo, que había sido amigo de Séneca y
que acababa de llegar de Galilea.
También se decía que pensaba mandar incendiar Roma y soltar contra
el pueblo miles de fieras para impedir que se combatieran las llamas.
Luego anunció —yo me encontraba entre los presentes— que iba a
ponerse al mando de sus ejércitos para dirigirse hacia las provincias
rebeldes, Galia e Hispania.
Peroraba afirmando que había ordenado que afeitaran la cabeza a las
mujeres que lo acompañarían. Serían sus amazonas, armadas con
hachas y escudos.
—Nada más llegar a la provincia, me presentaré desarmado ante los
soldados —clamó con voz aguda, exaltada—. Me limitaré a verter
lágrimas; entonces los rebeldes se sentirán compungidos y, al día
siguiente, gozoso en medio del júbilo general, cantaré un himno de
victoria que tengo que ponerme ahora mismo a componer…
Aquel hombre estaba loco.
¡Cómo podían seguir obedeciéndole cuando estaba exigiendo una nueva
contribución en monedas de oro y de plata, cuando el trigo escaseaba
en Roma, cuando las naves que llegaban de Alejandría no venían
cargadas de grano, sino de arena para los luchadores de la corte!
Sentí al caminar por las calles de Roma cómo la plebe se estremecía de
ira.
Vi un saco atado a una estatua del emperador y unas palabras escritas
en el zócalo: «Te mereces el saco». La muerte infamante.
Los muros quedaron cubiertos en pocos días de inscripciones
amenazantes.
«¡Ahora es cuando empieza la verdadera lucha! ¡Se te acabaron los
concursos, ahora toca la guerra! ¡A ver cómo te libras de ésta!», decía
una de ellas.
Más allá podía leerse: «¡De tanto cantar has despertado a los gallos!».
Y por todos lados podía leerse «Vindex», ese nombre que también
significaba venganza.
No me cupo duda de que ésta se estaba acercando a la carrera,
implacable y en armas.
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