Page 75 - Tito - El martirio de los judíos
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Oigo el paso veloz de animosos corceles.




                Luego se clava uno de los puñales en la garganta, pero con tal torpeza y
                tan lentamente que Epafrodio debe empujar la cuchilla con todas sus
                fuerzas.

                La sangre brota.


                Nerón respira aún cuando un centurión irrumpe en la habitación,
                intenta taponar la herida con su capa, contener la sangre, pretendiendo
                hacer creer al emperador caído que está ahí para salvarlo.

                —Demasiado tarde —le suelta Nerón.


                Y añade antes de expirar:

                —En esto ha quedado la fidelidad.


                Sus ojos dan la impresión de desorbitarse y adoptan tal fijeza que los
                presentes se apartan, horrorizados.

                Entonces las mujeres envuelven su cadáver en sábanas blancas
                bordadas en oro.
















































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