Page 77 - Tito - El martirio de los judíos
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Capítulo 13
VI cómo Roma echaba abajo las estatuas de Nerón y las rompía a
mazazo limpio.
Al atravesar el campo de Marte, me crucé con pandillas que perseguían
aullando a hombres y mujeres de mirada despavorida y rostro
deformado por el terror.
Reconocí entre ellos al gladiador Spículo.
Venía hacia mí, huyendo de la jauría. Gritaba que no era un delator.
Sólo había luchado en la arena para el pueblo y para el emperador. No
había sido cortesano ni amante de Nerón.
Los hombres-perro, los feroces hombres que ladraban persiguiéndolo,
se iban acercando. Esgrimían palos claveteados. Llevaban gorros frigios
embutidos hasta las cejas, como símbolo de la libertad recobrada.
Spículo jadeaba. Se volvió hacia la jauría y gritó:
—¡Me habéis visto! ¡Me habéis aclamado! Sólo soy un mirmillón.
—¡Has matado para él, has estado al servicio de la Bestia! —
vociferaban.
Cayó a tierra cerca de mí. Me tendió las manos. Aguanté su mirada.
Retrocedí.
Esas fieras, esos perros lo hicieron trizas; luego tiraron sus restos,
trozos informes de carne roja, entre los escombros de piedra de las
estatuas de Nerón.
Me olisquearon. Me tocaron. Alzaron sus palos.
Dije que era el caballero Sereno, el amigo de Séneca, aquel sabio que
Nerón había obligado a suicidarse. Acababa de regresar del exilio.
Me miraron fijamente, hasta que se oyó una voz:
—¡Ahí, ahí, una puta de Nerón, ahí!
Y la jauría se apartó.
Los vi agarrar un cuerpo de mujer, lanzarlo al aire y recibirlo con la
punta de los puñales y espadas, para luego descuartizarlo.
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